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Colunga: dinosaurios hasta en la montaña

"Los cuervos vienen y le sacan los ojos", dice Emilio Llera de la figura que Antonio Silva y él crearon con retales de madera y que aún atrae visitas

Emilio Llera, junto al dinosaurio de madera instalado en su jardín. P. M.

Los yacimientos están en la costa, pero en Colunga pueden verse dinosaurios hasta en pueblos de media montaña como Villaescusa. El jardín de Emilio Llera se ha convertido desde hace una década en atracción de caminantes y conductores, que detienen su marcha para contemplar lo que él y el brasileño Antonio Silva crearon con piezas que encontraron cuando trabajaban en el sector de la madera.

"La cabeza y el tronco son diferentes piezas, y el rabo también. Es difícil encontrar un tronco con esta forma", describe el colungués, quien tuvo en la madera uno de sus múltiples oficios. La parcela donde está la criatura es contigua a la casa de Llera, que ve cómo "mucha gente se para a verlo".

Antes le acompañaban dos jabalíes y corzos, pero fueron "destruyéndose con el paso del tiempo, como le pasará al dinosaurio si no se le trata", explica. En sus planes está darle una mano de un pintura para conservarlo, así como pintar los dientes de una especie indeterminada pero muy atractiva. Además de la intemperie, el dinosaurio de Villaescusa es víctima de los cuervos, que "vienen y le sacan los ojos", apunta Emilio Llera.

Trabajador e inquieto, a pesar de estar ya jubilado, este vecino de Colunga continúa disfrutando con cuanto le ha dado de comer. Es el caso de los manzanos, que cultiva en un vivero y que mima de tal forma que ha buscado para ellos las mejores navajas del mercado. No son fruto de la innovación tecnológica, sino más bien una reliquia del pasado que su vecino Adolfo Iglesias Bada le ayudó a encontrar, rastreando por internet.

Se trata de dos antiguas navajas Hugo Köller, fabricadas en la ciudad alemana de Solingen y que antes de recalar en Villaescusa recorrieron medio mundo. La marca fue fundada en 1861 y la más antigua de las que han recalado en Colunga "perteneció a un soldado de la Primera Guerra Mundial", describe Llera, quien baraja que la serie numérica que figura en un lado del filo corresponda a la identificación del militar que la manejó. "Estas cosas aparecían tiradas en un cajón", comenta el colungués mientras abre su flamante navaja y alaba sus propiedades. "Son muy resistentes y, por mucha fuerza que se ejerza sobre ellas, no ceden", explica antes de apuntar que la otra navaja viajó desde California a su casa de Villaescusa.

Con todo, no es la historia de las navajas lo que le importa, sino que "dañan menos a los árboles. El corte es más fino y preciso y lastima menos la caña". Emilio Llera supo de ellas "andando por los viveros" y lo primero que hizo al recibirlas fue desinfectarlas, para no contagiar ninguna enfermedad a los árboles. Bastó este paso y un buen afilado en el municipio asturiano de Taramundi, conocido por la fabricación de cuchillos, para darles a estas reliquias una nueva vida a cientos de kilómetros de su origen.

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