"Ángeles ha empezado su eterno descanso, donde podrá reunirse con su marido e hijos". Así comenzaba José Antonio González Montoto, delegado episcopal del clero, el último adiós a una de las vecinas más queridas de Ribadedeva, Ángeles García Gutiérrez, quien fallecía a sus 105 años y tras haber tenido que despedir a lo largo de su vida al hombre junto al que formó una familia, Eugenio Campandegui, y a sus dos vástagos, Vicente (que falleció siendo apenas un adolescente) y Eugenio, sacerdote, que murió en 2008.

"Era una mujer extraordinaria, muy jovial, transmitía mucha paz. Era, sin duda, una mujer de fe". Con estas palabras la describe González Montoto, encargado de llevar la voz cantante en una ceremonia religiosa oficiada por diez sacerdotes llegados de diferentes parroquias de Asturias.

Pero si entre el clero era conocida y apreciada, el recuerdo que deja entre sus vecinos es imborrable. "Era muy abierta y alegre, pero si hay que destacar algo de ella sería las ganas que tenía de vivir y, sobre todo, el gusto por la vida que contagiaba a quienes tenía alrededor", cuenta Amalia Álvarez. Además, cuenta Álvarez que, a pesar de su longevidad, siempre hizo gala de "un pensamiento muy actual". Otra de las personas que la conoció en vida, Isabel Álvarez, destaca que parecía más joven de lo que era porque "se arreglaba todos los días, era muy coqueta".

Además, a esta imagen de juventud contribuía el hecho de que "siempre estaba rodeada por los más jóvenes de su familia", recuerda Loli Pereda. Y, desde luego, según cuentan sus vecinos, a sus 105 años seguía sintiéndose igual de bien que siempre. "Ángeles era una mujer que no parecía tener los años que tenía, era muy activa y vital. Imagínate que hasta leía es periódico sin gafas", comenta otro de sus vecinos, José Ángel Peñil.

Eso sí, el rasgo más repetido por todos los que la conocieron es la fuerza, una fuerza que tuvo que demostrar muchas veces a lo largo de su vida para superar los problemas que se fue encontrando por el camino. A la desaparición de su marido en el mar se unió, años más tarde, la muerte de su hijo pequeño, Vicente. Así, para sacar adelante a su otro hijo trabajó como cocinera en varias casas y como jornalera hasta que Eugenio se ordenó sacerdote, momento en el que se marchó con él y pudo descansar con él hasta su muerte.