En una obra por Los Solises, un par de gandayas robaron un Dumper y, con peligro para terceros, lo cabalgaron sin miramiento, mezclados en el tráfico de la calle Luis Riera, hasta que fueron denunciados y la Policía los prendió. ¿Qué hacer con estos melandros? Tenemos antecedentes en Grecia: a Zaleuco de Locria, el político más justo en los años 650 a. de C., que castigaba el robo de carros con la pérdida de ambos ojos, le presentaron un mal día a su hijo, acusado de este delito; el gobernante dictaminó que aplicaran al reo su castigo, pero el pueblo amenazó con rebelarse por considerarlo desproporcionado para un muchacho; finalmente, Zaleuco lo pensó mejor y sentenció: «Perdonaré a medias a mi hijo, que no es el único culpable, y mandaré que le saquen un solo ojo; el otro me lo sacaré yo».