Oviedo, Idoya RONZÓN

José Carlos Augusto Braga entró esposado en la sala de vistas y se sentó junto a su abogado, José Carlos Botas. La habitación, repleta de familiares, se llenó entonces de llantos, que el magistrado presidente del tribunal, Manuel Avello, cortó por lo sano. «No quiero lloros ni muestras de aprobación o desaprobación de las declaraciones, que puedan influir en el jurado», espetó. También mandó salir a dos niños, de 2 y 6 años, familia del acusado, que el juez consideró que no debían escuchar lo que allí iba a decirse. José Carlos Augusto Braga, en prisión provisional desde hace dos años, está acusado de la muerte de su esposa, Isaura Pascual, a la que acuchilló repetidamente por todo el cuerpo. Después, cuando yacía moribunda en el suelo, pero aún con vida, le arrojó una piedra de 15 kilos sobre la cabeza, aplastándola. Fue en Bueño (Ribera de Arriba), el 14 de marzo de 2006. Se enfrenta a una posible condena de 25 años de prisión por asesinato.

El hombre declaró de pie -ya sin esposas- de forma vaga, evitando casi todas las preguntas y escudándose en un «no recuerdo» que repitió hasta la saciedad. De quien hablaba era de su esposa, pero parecía que lo hacía de una extraña. No recordaba en qué fecha se habían casado, ni a qué colegio iba su hija mayor, ni por qué Isaura Pascual tuvo que huir en más de una ocasión y refugiarse en una casa de acogida, ni el momento en que cogió un cuchillo de cocina y le asestó varias puñaladas ni, mucho menos, cuando agarró una piedra y se la arrojó encima sin ninguna piedad. Apenas esbozó una frase completa, comprensible, aunque sí admitió: «Ella -Isaura- me dijo: "Esto es mío (refiriéndose al sexo) y se lo doy a quien a mí me da la gana". Entonces perdí los nervios».

Cuando la mató, Isaura Pascual vivía refugiada en los Servicios Sociales del Principado con su hija mayor (fruto de su matrimonio con José Carlos Augusto). La pareja tenía otro hijo, bebé, que entonces estaba en el hospital con una grave enfermedad, a consecuencia de la cual poco después falleció. El acusado tampoco supo explicar cuál era la dolencia del pequeño, al que su madre iba a visitar a diario al centro sanitario.

El hombre relató que, a pesar de que Isaura vivía en ese tiempo en la casa de acogida, se veían «a diario». Según él, continuaban manteniendo relaciones sexuales. Y para eso, añadió, fueron aquel 14 de marzo de 2006 a la cantera El Cogollo, en Bueño, a un sitio apartado en el que no había nadie y donde nadie podría escuchar los gritos agonizantes de la mujer. Pero no llegaron a hacer el amor. «Empezamos a discutir de infidelidades», apuntó. Según se adivinó de sus escasas palabras, Isaura le confesó que se veía con otro hombre, un tal Ángel, de Mieres, y eso le sacó de quicio. «Reaccioné muy mal», aseveró. «Los nervios...». Y la mató.

Según el fiscal coordinador de Violencia de Género de Asturias, Gabriel Bernal, José Carlos Augusto Braga la asesinó sin piedad, aumentado su dolor de forma innecesaria. Unos días antes del crimen, Isaura había presentado la demanda de divorcio para separar definitivamente su vida de la del acusado. La vista iba a tener lugar la semana siguiente. Según Bernal, el hombre la mató «al ver que perdía el control sobre ella. No se resignó a que no fuera de su propiedad y no sólo se limitó a matarla. La apuñaló cuantas veces quiso y, aún así, extremó su violencia y cogió una piedra y la aplastó con ella».

No era la primera vez que José Carlos Augusto se imponía a su esposa, según las acusaciones. En septiembre de 2005, un Juzgado de Oviedo le prohibió acercarse a ella tras condenarlo por una falta de vejaciones. «Nunca la maltraté», se revolvió el acusado. «Jamás le pegué, aquella condena fue por cosas psicológicas de ella», dijo. Según Gabriel Bernal, a pesar de todo esto, la mujer siguió viéndose con su marido «por el drama que envuelve casi todos los casos de violencia machista: la confianza ciega que tienen las mujeres en que sus maridos cambiarán».

José Carlos Augusto Braga no niega que matara a su esposa -no lo hace su defensa; él, durante la sesión de ayer, no lo admitió ni una sola vez, incluso a veces hablaba de ella en voz alta-. Pero, según él, cometió el crimen bajo un trastorno mental transitorio. Su letrado califica los hechos como un delito de homicidio y pide una condena de diez años. No obstante, según los psicólogos del Juzgado, el hombre actuó de forma lúcida, con premeditación.