El promedio que en Oviedo dedica un médico a sus pacientes de la Seguridad Social es de cuatro minutos, aunque plataformas pro derechos humanos luchan por alcanzar los diez, tiempo que permitiría al asegurado abrir la boca y decir «a», y al facultativo recuperar la cucharita. Los galenos asturianos son los de mejor ojo clínico del Universo, dan remedios pero no conversación, ni cariño. Uno que conozco prohíbe que sus enfermos tomen asiento, y otro eliminó el sillón de confidente: no más confidencias en horas de consulta. Si el paciente pudiera sentarse para contar sus penas, no harían falta médicos, bastaría un voluntarioso de bata blanca que escuchara atentamente, o uno de aquellos sacerdotes de bata negra. Ahora es incosteable; el Gobierno no puede soportar batallitas y necesita facultativos que receten a toda pastilla para sustituir al sillón y al cura.