Con la fe del auténtico cristiano, Mari Carmen aceptó su enfermedad, que le produjo tremendos dolores en el maxilar inferior, ayudada por el consuelo de la permanente compañía de sus inigualables hijos y nueras. Mari Carmen, una persona de excepción. Ovetense de los pies a la cabeza, asturiana integral y ejemplar española. Por Oviedo y Asturias sentía pasión de amor, igual que por sus amigos, con desinterés absoluto. Una vocación de amor semejante al religioso. ¡Cuántas posibilidades felices deshechas en un momento! ¡Cuántas actividades fecundas rotas, destrozadas en un instante con la muerte! No la veremos más; no la veremos sonreír ni escucharemos su hablar. Era una conversadora apacible, y no conversaremos más con ella. ¡Ah, qué terrible acabar! La inteligencia no consuela de todo. Necesitamos el puro y tierno sentimiento. En silencio pensamos en ella; vemos cómo su figura mortal se aleja y la espiritual pervive entre nosotros. Ahora, en la Luz del Señor.

A todos los que nos habéis acompañado, gracias, gracias entrañables y eternas, con la mente y el corazón.