La última vez que vi a Fernando fue en la calle Covadonga, por la tarde, a la puerta de La Goleta. Paré un segundo el coche, le pregunté cómo estaba, me respondió que bien, le dije que me alegraba y continué haciendo recados por mi Oviedo. Fue hace unos años, no muchos; le vi muy bien y con aquella permanente media sonrisa que solía mantener en su rostro.

Son muchos los que hoy cuentan cosas de esta querida persona que llevó a cabo muchas tareas. Pero hay una muy humana que yo quiero resaltar y que un grupo de gente vivimos en primera persona. Fue el hombre de Rafael Calvo Ortega, aquel ministro de Trabajo en la etapa de UCD (Unión de Centro Democrático). Calvo Ortega fue diputado por Asturias entre 1979 y 1982 y, como persona oriunda de Segovia, necesitaba una «mano derecha» que le condujese por nuestra tierra. Bueno, pues Fernando Zuazua no sólo fue su mano, sino también sus pies: se lo organizaba todo, y me consta. Y de aquí parte mi historia, perdón, su historia, la que escribió el propio Fernando.

Los empleados del Banco de Asturias tenían una deuda moral con la viuda y la familia de Benjamín González García, primer director del entonces Banco de Langreo, cuando abrió su oficina en la calle Fruela, en noviembre de 1969, en el antiguo local de La Panoya. Benjamín, junto con Josefina Alonso, su esposa, había tenido familia numerosísima que estaban sacando adelante con un gran esfuerzo humano y económico. Cuando este padre de familia logró al fin tener una estabilidad económica, le sobrevino un cáncer y en unos meses falleció. Esa inquietud de los antiguos empleados y compañeros de Benjamín se trasladó a Fernando Zuazua y le faltó tiempo para ponerlo en conocimiento del Ministro y concederle la medalla del trabajo. Más aún, porque la anécdota no acaba aquí. Era tal la premura, que, hasta después de haber publicado la orden ministerial de dicha concesión en el BOE, los técnicos del Ministerio de Trabajo en Madrid no se dieron cuenta de que «no está previsto otorgar tales condecoraciones a título póstumo». Con lo cual, tuvieron que modificar la normativa para salvar la incorrección y prever futuras concesiones a título póstumo.

Me quedo con el recuerdo de su figura, como dije, tal como le vi en la calle Covadonga. Fernando era de esas personas que, un poco bromeando, siempre definimos así: «conoce a medio Oviedo y el otro medio le conoce a él». Allá «arriba» ya se encontró con un montón de gente que fueron sus amigos y, desconociendo el Más Allá, le supongo partícipe de una posible, agradable y, sobre todo, tranquila tertulia. Que en paz descanse y un fuerte abrazo a su familia.