Queridos todos: hace un mes largo que no nos vemos. Un largo mes en el que, por primera vez en casi catorce años, los «Pliegos de cordel» dejaron de cumplir con sus lectores cada semana, faltando así a la obligación y a la devoción de llegar a ustedes charlando sobre Oviedo. No se sabe de su paradero, de momento, pero «El tiempo vuela», que aparece una vez al mes desde hace casi seis años para dar noticia de algo de lo mucho sucedido en los treinta días anteriores, viene hoy para cumplir, por mi parte, la entrega.

Treinta días de abril

De lo sucedido en abril, famoso por sus aguas mil, que, a veces, se convierten en arco iris, poco podemos contar directamente, al menos de la primera quincena. Ya en mayo, que esperamos florido y hermoso, nos acercamos al cálamo por primera vez, en buena disposición, y repasamos las noticias fragmentarias de la prensa y de la memoria, que nos hablan en aumento de ausencias de amigos irrepetibles, como Fernando Zuazua, que fue ovetense ejerciente a lo largo de toda su vida. No faltaba a ningún acontecimiento grande o pequeño de la ciudad, y de él recuerdo ahora su presencia en la inauguración de este curso solemne de la Universidad, el de las celebraciones plurales del cuarto centenario, inmortalizando con su cámara las imágenes cercanas, sin saber que serían las últimas. Fernando no sólo fue espectador de la vida de su propia ciudad sino que también se hizo protagonista. Tras otras muchas dedicaciones profesionales, se entregó directamente a colaborar con la ciudad, gracias a su vinculación con el mundo editorial. Entre otras cosas, editó cada año, y a lo largo de diecinueve, coincidiendo con los premios «Príncipe de Asturias», una serie de publicaciones no venales que recogían monografías relacionadas con la ciudad. Allí, en 1999, me cupo a mí escribir sobre «El Camino de Santiago a su paso por Oviedo». Las dotes de persuasión de Zuazua me llevaron también a editar, con su firma Corondel, una monografía, «Fuentes y caños de Oviedo y su concejo», donde, a lo largo de casi doscientas páginas profusamente ilustradas, se cuentan cosas sobre Oviedo y sus aguas, tan crecidas a lo largo de los poco más de diez años, los transcurridos desde 1997. En estos últimos tiempos la cabeza bullidora de Fernando dio a luz un proyecto nuevo con buenas expectativas de vida: la «Paxarina de oro», que se hace trofeo desde su modesta naturaleza tradicional de harina y agua para señalar a ovetenses que, a juicio de un jurado, hayan ejercido como tales ejemplarmente. El primero que se convirtió en «Paxarina», con sobrados méritos para ello, fue Luis Riera, alcalde de la ciudad entre otras muchas cosas, que ya no nos acompaña, con su irrepetible humor. Siguieron otros ovetenses de pro, y este último año, se incorporó a la nómina Gonzalo Suárez, cineasta y ovetense.

Fernando, que nos dejó sin aviso en este mes de abril, tan dotado para la amistad, va a tener calle en su ciudad por iniciativa personal del Alcalde, que merece continuación, porque no hay mejor dedicación de las calles de la ciudad que la que las dedica a sus ciudadanos.

Otra muerte de abril de la que tuve noticia indirecta y tardía, gracias a un artículo de nuestro común amigo Manolo Herrero, fue la de Adolfo Galán, infatigable y fructífero lector, bibliófilo y miembro destacado de los primeros tiempos de PUMUO, donde le tuve por alumno de esa especie de Universidad paralela.

Más de libros

Los libros, como las madres, son para todo el año, y aunque no sobran para ellos y ellas días especiales, no bastan. Pasado el Día del Libro, con la feria correspondiente, Libroviedo, al caer, plenamente vigentes siempre, se hace hora nuevamente necesaria la reflexión sobre las bibliotecas municipales de Oviedo, tristemente huérfanas ahora del personal que durante años, con dedicación y conocimiento las gestionó. Se me hace raro volver a entrar en las que yo más frecuentaba y sentir las ausencias que coincidirán con un tiempo en el que yo misma me veo personalmente «rara» con respecto a los textos que son mi vida cotidiana, desde que tengo uso de razón. Cuando tenemos que separarnos de los libros, siquiera temporalmente, nos sentimos huérfanos. Y, hablando de orfandades y de presencias necesarias hoy es el «Día de la madre», que en España durante años de celebró en 8 de diciembre coincidiendo con la Inmaculada, y ahora, se celebra el primer domingo de mayo como en otros países europeos. Ya no basta para mostrar el cariño con hacer una manualidad en el aula, ahora hay que ir a los grandes almacenes para que se note, una vez al año, el amor filial, que no ha de ser flor de un día.

Homilía y cierre

Volviendo al principio, justificada mi ausencia por una estancia hospitalaria, la primera de mi vida, en la que disfruté de muy buena atención y eficacia, vuelvo poco a poco a la rutina, en la que hemos de coincidir en los medios habituales.