Pablo GONZÁLEZ

María del Mar González sabe, desde que tiene uso de razón, que su tiempo es más limitado que el de cualquier mortal. Con 3 años se le diagnosticó una distonía muscular, una de esas enfermedades consideradas raras que provoca contracciones involuntarias y permanentes de los músculos como consecuencia de una disfunción del sistema nervioso. Incluso los médicos le auguraron una vida más corta de la que está disfrutando. «He aguantado más de lo que dijeron, aunque también pensé que no iba a perder movilidad tan rápidamente», reconoce.

Esta enfermedad degenerativa ha ido minando su físico, pero no su fuerza mental y moral. Expuesta su situación, María del Mar González no quiere despertar ningún tipo compasión, ni provocar lágrimas a quien conozca su caso a través de este relato, ya que cree que se secarán una vez se pase a la página siguiente. Lo tiene tan claro que durante la entrevista insiste reiteradamente: «No quiero que se escriba nada sensacionalista, no busco eso».

Y es que hace años que asumió su situación, la que la coloca en la lista de lo que se denomina persona dependiente. La silla de ruedas desde la que habla es prueba de ello. Otra es la necesidad de contar con alguien a su lado para afrontar el día a día y poder hacer una vida normal. Para ello, y hasta hace unas semanas, contaba con el respaldo del programa de Cruz Roja en Asturias «Ayuda al entorno», que le proporcionaba la asistencia de una persona tres horas diarias de lunes a viernes durante tres años. La prestación con la que cuenta María del Mar González concluirá en 2009. «Hace poco lo redujeron a tres días porque dicen que el Principado, que contribuía con una ayuda, ha congelado el presupuesto», explica.

En otras palabras, esta ovetense de 44 años se ha convertido en una víctima de la prórroga presupuestaria que ha tenido que acometer el Gobierno del Principado por falta de apoyos en el Parlamento regional. Pero María del Mar González asegura que «no estoy para perder el tiempo» en tratar de entender qué pasa o deja de pasar en la política de alto nivel. Lo que le preocupa es que «pierdo seis horas a la semana». Poco para cualquier otra persona, pero bastante para esta mujer que vive sola y que no quiere perder su autonomía mientras su enfermedad se lo permita. De manera cruda, sin edulcorar, expone su realidad: «No sé cuándo puede ser mi último día. Vivo día a día y por eso trato de hacerlo a tope, aprovechando todas sus horas». Y así, el apoyo de los trabajadores de Cruz Roja le sirve para acudir a ejercitarse en la piscina, asistir al taller literario al que acude hace años o para tomar un café con sus amistades. «El tiempo de ocio también es muy importante. No te puedes aislar. Hay que hacer una vida normal, como todo el mundo», dice. María del Mar González se define como «una persona activa a la que se le cae la casa encima». Por eso la decisión de Cruz Roja le ha puesto un escollo más en su camino. «Me ha cambiado la rutina. Voy capeando el temporal como puedo», repasa. A pesar de todo, considera que es otra afectada por la situación, sobre todo «las personas que llevan directamente el programa. Me consta que han luchado por él y por mantenerlo en contra de la idea de los de arriba de cerrarlo». Este periódico ha tratado de recabar la versión de Cruz Roja a lo largo de los últimos días sin éxito. De todas formas, y dentro de todo, se siente afortunada porque sus posibilidades económicas le permiten contar con otra ayuda, y sobre todo levantar la voz y quejarse de lo que considera una injusticia. «¿Qué no estará pasando otra gente con patologías más graves?», se pregunta. «Éste es un programa que da cobertura en toda la región y que ha ayudado mucho a mucha gente», prosigue.

Diplomada en Magisterio por la rama de Educación Especial y con experiencia en este campo, sabe de lo que habla. Por eso su indignación aumenta cuanto más profundiza en su historia. «No soy ninguna heroína, pero, al menos, puedo dar la cara y quejarme. Otros no pueden decir nada, ni explicar lo que les pasa, ni siquiera escribirlo. Por ello no dejan de tener sus opiniones y sentimientos», lamenta.

Entre medias, la ley de Dependencia, una de las ideas estrella del Gobierno central del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero. Los más pesimistas hablan de una concentración de todo el dinero para cumplir con los preceptos de esta ley que hasta ahora se repartía entre distintos proyectos, ya sea a través de las administraciones públicas o mediante las subvenciones a ONG. «Sólo se acuerdan de este colectivo en campaña electoral. Antes del 9 de marzo todo fueron promesas, ¿y ahora? No se puede jugar con esta gente, ya lo pasa muy mal con lo tiene», dice.

«Para cambiar la flota de coches oficiales, ir de viaje a México y Sudáfrica hay presupuesto. No digo que esto no se puede hacer, pero sí que se puede compaginar con lo demás. Presumen de política social y están incumpliendo la ley», sentencia esta mujer, que se resiste a verse más desvalida por culpa del sistema.