Marta PÉREZ

«Hola. Me llamo Dolores Fernández Losas y soy la secretaria de la asociación de vecinos de La Carisa. Yo, el barrio, para poder explicarlo, divido a los vecinos en tres grupos. Los tres grupos los hago yo a mi manera. Un sesenta por ciento de la gente que vive en La Carisa es gente con una cultura media, gente cualificada, con una forma de vida normal. La otra parte, el cuarenta por ciento -son cifras que barajo yo- pertenece a dos grupos. Uno es de gente con poca cultura, pero poco conflictiva. Luego queda un número -y esto quiero destacarlo bien- mucho más reducido, que es verdaderamente problemático y que, siempre que surgen problemas, aparecen precisamente por ese número. Son las familias que llamamos problemáticas».

Es la manera gráfica que utilizó en 1992, hace 16 años, la entonces secretaria de la Asociación de Vecinos «San Juan de La Carisa», Dolores Fernández Losas, en una comparecencia en la Junta General del Principado para denunciar los problemas del barrio, la mayoría relacionados más con el tráfico que con el consumo de drogas.

En la década de los setenta del siglo pasado Cáritas promovió en La Carisa un grupo de viviendas sociales, destinadas a familias con escasos recursos económicos o privación social. La de La Carisa fue la primera urbanización de La Corredoria. Pero, lo que nació como un proyecto de carácter social, integrador, se convirtió en todo lo contrario. Fernández Losas lo explicaba así en su comparecencia de 1992: «La gente que llega al piso sigue viviendo igual. No tienen la culpa, nadie les ha enseñado a vivir de otra manera. Y me da la sensación de que la Administración pretende que seamos nosotros quienes les enseñemos a vivir, y ahí empieza el primer problema. Además, estas familias, que raramente tienen ingresos, se buscan el dinero fácil en la venta de droga. Y ahí viene el segundo problema».

El cincuenta por ciento de los portales de La Carisa eran, en aquella época, un punto de venta de droga. Los vecinos, aún hoy, tienen la sensación de que «alguien» estaba interesado en que la droga se vendiese en determinados lugares de la ciudad, como aquel que levanta una alfombra y barre para una esquina siempre. Los vecinos presentaban denuncias documentadas a todas las instancias. Denuncias colectivas de comunidades de portales, denuncias particulares, denuncias de todas clases. Pero las cosas no cambiaban. La Policía aparecía cuando no había tráfico, y cuando lo había, hacía mutis por el foro. «El otro día estaba yo esperando enfrente de la cabina de teléfonos. Llegó un señor en un taxi, se bajó del taxi, entró en la cabina de teléfonos, salió un señor de un portal, le dio la papelina, el otro le dio mil pesetas, y en frente estaba un coche de la Policía Municipal mirando, y si llega la Policía Nacional, lo mismo. No actúan». La experiencia es de Alfonso Pereira, el entonces presidente de la Asociación de Vecinos «San Juan», durante aquella comparecencia en la Junta General. Alfonso Pereira es hoy alcalde de barrio de La Corredoria y concejal en el Ayuntamiento de Oviedo, como Dolores Fernández Losas; él en las filas del PP, y ella en las del PSOE. Ambos vienen del movimiento asociativo.

Unos meses antes de esta comparecencia en la Junta, las cosas habían empezado a cambiar. Los vecinos se echaron a la calle para formar las primeras patrullas ciudadanas de la historia de España. Del orden de 500 personas cercaban el barrio cada noche para impedir la entrada de extraños al barrio. Estuvieron todo un invierno vigilando las calles. Y los clientes de las familias problemáticas dejaron de acudir a La Carisa, porque no podían entrar. Y se acabó el negocio. Y sin negocio, los que molestaban, se fueron con la venta a otra parte. Los vecinos explican que las patrullas «llegaron cuando nos vimos desamparados», recuerda Pereira.

Muchos de los que participaron en las patrullas ciudadanas ya no están. Otros son abuelos. Noelia López tenía nueve años entonces y veinticinco hoy. «Yo viví las patrullas desde la ventana. Veía a mis padres en la calle con un montón de gente. Era curioso», explica. «Las patrullas sirvieron para conocernos y para unirnos», afirma Maite Orozco, hoy al frente de la Asociación de Vecinos «San Juan», que ya no es de La Carisa, sino de La Corredoria. «Mira, en La Carisa nos unió la adversidad, y el barrio que tenemos hoy es el que peleamos», sostiene Olvido Paíno, otra vecina del barrio. «Desde las patrullas, la gente de La Carisa es la primera para todo», relata Tere Ruiz.

Ruiz no se equivoca. El movimiento asociativo de La Corredoria nació en La Carisa, con las patrullas ciudadanas. Y hablar de movimiento asociativo en La Corredoria es hablar de una superestructura organizada en una junta de asociaciones; del centro social El Cortijo, con una actividad frenética; y de todas las peñas del barrio. Si por algo se caracteriza La Corredoria es, sobre todo, por la fortaleza de su tejido asociativo. Y la mayoría de las asociaciones salieron de La Carisa.

Aunque hoy los vecinos hacen una lectura positiva de todo aquello, todavía quedan secuelas. «Fueron necesarios demasiados años para el cambio, La Carisa se les escapó de las manos. Ojalá nunca se repita», explica Maite Orozco. «Hubo una época en que te hacían sentir mal cuando decías que eras de La Carisa, que sólo se relacionaba con droga, o con la etiqueta de racista», cuenta Dolores Fernández Losas. «No se me olvidará, que cuando llevaba a mi hija al autobús para ir al colegio, los compañeros que venían de otras partes de la ciudad, la recibían, a ella y al resto de nuestros niños, con letreros que ponían "jichos" en las hojas de las libretas», añade. «Son cosas que, afortunadamente, se superan», relata.

Pero, lo que los vecinos más lamentan de esa época son «los chavales que perdimos». Los que se engancharon a la droga. «Críos nuestros, cayeron muchos», comenta Pereira. La generación que les siguió, la de los niños como Noelia, salió adelante. «Los niños de la época están todos trabajando. Y siguen viviendo en el barrio. Por algo será», cuenta Maite Orozco, mientras señala con el dedo índice y una sonrisa un edificio frente a su casa, donde su hijo acaba de comprar una vivienda, en La Carisa, un barrio de Oviedo.

«Las patrullas de ciudadanos en las calles llegaron cuando nos vimos desamparados»