Asumido que la calidad de la merluza cambia según la especie, el océano y el arte con que ha sido pescada, transportada, conservada, cocinada y servida, quedan pendientes aspectos importantes para degustarla: anfitrión (mejor un bar), panorámica (mejor con mar), ambiente (que permitan fumar), tele (sin enchufar), silla (con espaldar), mesa (sin cojear), invitadas (sin emparejar), aperitivos (sin abusar), bebida (blanco del Rosal), hora (la de cenar), día (que el siguiente no sea de madrugar), hambre (la normal), estómago (lo que diga el paladar), sangre (sin novedad), ánimo (sin yugos que sacudir ni penas que olvidar), alojamiento (reservado a pocos metros, para pernoctar) y factura (con IVA, para compensar, pero si invita la casa, ¡genial!). Aunque así, también resultaría un buen plato de salchichón con pan y una jarra de rosado de Bobal. O vino de Oviedo, da igual.