El amor reconstruye los héroes caídos, los eleva y los dota del don de la felicidad. El amor es el anhelo seguro, la ambición personal, el camino recorrido sin cansancio y es también -y en ocasiones, sobre todo- el paso previo hacia la destrucción. La derrota es el pariente corrupto del amor? y puede llegar a ser el cierre de los años más seguros. Sobre este tiempo de declive se centra «El beso de Judas», la tragedia que ayer se vio en el teatro Filarmónica y que esta tarde repite función en el mismo escenario y a la misma hora, a las ocho y media.

Se trata de una historia de descrédito, desamor y colapso con Oscar Wilde como objeto de homenaje. El «dandy» respondón, por obra y gracia de David Hare y Joaquín Kremel, descubre su alma, su corazón y su esqueleto? Todo por amor, todo por el desamor, todo por la renuncia a uno mismo.

«El beso de Judas» es una de las obras más destacadas de uno de los más destacados autores dramáticos europeos: David Hare escribió originalmente la tragedia para Liam Neeson y en versión del luanquín Nacho Artime llegó a España como antes se habían estrenado «Vía dolorosa» o «La brisa de la vida». David Hare combina la tragedia y la comedia con una maestría extraordinaria. Permite la supervivencia del amor destruido a través de una sonrisa, que siempre es salvaje. El británico se ha convertido en una firma imprescindible en la escena de éste y del otro lado del Atlántico, de la orilla del Támesis a las riberas de Broadway St.

La tragedia de amor y de destrucción, el idilio de Oscar Wilde (Joaquín Kremel, en su mejor momento) y lord Alfred Douglas (Enrique Alcides, pijo, impuro, destructor, traidor) se estrenó en Avilés este pasado verano con un reparto de campanillas que completaron Juan Ribó (Ross) y el castrillonense Luis Muñiz, como el efebo italiano. Miguel Narros, el carismático director de escena más sobresaliente del momento, estuvo al frente de la producción: una reivindicación de la vida libre, una historia sobre el deseo de ser feliz a costa de todas las inclemencias, de todos los prejuicios. Y encima con el tinte del humor más descastado, negro y tenebroso.