Pablo GONZÁLEZ

La sala capitular de la Catedral se introdujo ayer en la máquina del tiempo para dar un salto hacia atrás de dos siglos y revivir los hechos ocurridos en ella el 25 de mayo de 1808. La conmemoración del bicentenario de la proclamación de soberanía de la Junta Suprema de Asturias y la declaración de guerra a los ejércitos napoleónicos se convirtió en una lección de historia a cargo del filósofo Gustavo Bueno, el edil José Arias-Cachero, el general Francisco Ramos Oliver y José María Fernández González, presidente de la Asociación de Amigos del País de Asturias.

Escoltados por un pelotón de miembros de las asociaciones recreacionistas ARCHA y el Regimiento de Voluntarios de León y Astorga, la comitiva partió al mediodía de la plaza del Ayuntamiento hacia la sala capitular. Allí se leyó la resolución de soberanía de la Junta Suprema y se descubrió una placa como recuerdo de la efeméride.

«Ante una situación gravísima para Asturias y para España fueron capaces de reaccionar y asumir sus responsabilidades estando a la altura del tiempo histórico que les tocó vivir», destacaba Arias-Cachero. La decisión de dar carta jurídica y política al levantamiento popular contra el invasor francés, que había comenzado a comienzos del mes de mayo, «fue el comienzo del desafío de la modernidad y la libertad en Asturias y en España», apuntaba el concejal de Cultura ovetense. Aquel «puñado de patriotas», como los calificó Arias-Cachero, protagonizó un momento estelar, sublime, que cambió el rumbo de la historia de España.

Las consecuencias de aquellos hechos, que se tradujeron en la Constitución de 1812, le sirvieron al munícipe para cargar contra los nacionalismos de corte independentista. «Los asturianos tenemos tanta o más historia e identidad que nadie. Nos sentimos patriotas y a la vez distintos al resto, pero por ello no queremos irnos de la casa común», manifestó. Y abundó: «El peso de nuestra aportación en la discusión territorial sería mucho mayor si lo hiciéramos desde la asunción sin complejos de nuestra historia y de nuestra identidad».

Mientras, el general Francisco Ramos Oliver aportó su punto de vista sobre el levantamiento contra los franceses centrándose en lo que la decisión de la Junta asturiana supuso de cambios para el Ejército. «La ocupación y la quiebra del Estado transformaron profundamente al Ejército, con la creación por primera vez del servicio militar obligatorio y la promoción de oficiales que no debían sus cargos al Rey. Así, el Ejército que había sido del Rey ya no lo era tanto. Se convirtió en el Ejército de la nación», explicaba. Aunque no todas las consecuencias fueron positivas. «El Ejército se convirtió en árbitro de la política», prosiguió. En definitiva, y para Ramos Oliver, también había nacido el fenómeno «de la dos Españas».

En definitiva, la sala capitular fue el testigo de la vuelta a un pasado de doscientos años que arrancó en Oviedo de la mano de una minoría cuyo arrojo cambió el rumbo de la historia nacional y que la ciudad se ha volcado en tratar de que no caiga en el olvido.