La Argañosa fue siempre barrio periférico, salvo Valentín Masip y su hermana paralela Avenida de Colón. La Ería era un mundo aparte en el que los chiquillos se adentraban con grandes dosis de miedo y no menos valentía. Era el final de Oviedo y el principio del fin. Prados convertidos en campos de fútbol y amigos poco recomendables. «Tienes mala sombra» pronunciado por un gitano era un maleficio que importunaba las noches y acompañaba durante décadas.

La Argañosa estaba partida en dos por Valentín Masip, una calle de centro a las afueras. Los dos colegios eran de monjas y de curas. El Nazaret, en la acera de los impares era de niñas, y enfrente, el San Pablo, con curas que de los que pegaban con la regla en las uñas y provocaban moratones en las orejas. En el Nazaret la feminidad se rompía en las actividades extraescolares en las que se aprendía el «tras, tras pun» de la guitarra y para los aventajados, el rudimentario «Smoke on the water». Después los niños tomaron el colegio y se les admitió en las aulas.

Valentín Masip, Avenida de Colón y Teijeiro eran un macrocosmos que limitaba con la silla del Rey y el Grupo Covadonga, La Ería, la calle Argañosa y las vías del Tren. Nada era peatonal, ni siquiera León y Escosura, que enlazaba unas con otras. Fue el lugar elegido para los primeros que emprendieron el éxodo desde el centro. Cuando la ley de la oferta y la demanda impuso que sin dinero y sin apellido no se podía vivir en Cervantes o la Plaza de América, las familias de siempre se trasladaron a Valentín Masip y Colón, cerca del centro, pero sin ser centro.

Había bares de vinos -de pintas que no copas- tiendas de ropa y de deportes. Era el barrio del pequeño comercio, luego llegó la hostelería y con la expansión del barrio tomó la Plaza de Pedro Miñor, cuando hasta entonces era sólo la antesala de Fuente de La Plata.

La Argañosa es uno de esos barrios que imponen carácter a una ciudad. Una de las personas claves en la historia del barrio es Juan Ambou. Los ferroviarios fueron siempre a Oviedo lo que los mineros a la Cuenca. Llevaron la voz, la palabra y las armas cuando entendieron que sus ideas así lo requerían. Juan Ambou, leridano afincado en Oviedo fundó el Soviet de La Argañosa, una entidad que marcó el desarrollo del Partido Comunista en Asturias mucho antes de Perlora. La Argañosa, con Ambou a la cabeza fue uno de los epicentros de la Revolución del 34 y también una de las batallas más importantes de la Guerra Civil en Oviedo. Desde La Argañosa partió el batallón que conquistó la Estación del Norte. Ambou no renunció nunca a sus ideales y con ellos se exilió en México. Volvía a escondidas a casa de un amigo, Jesús Sancho Prieto, ferroviario como él, en la Avenida de Colón, en el número 5 que esta semana ha sido pasto de las máquinas.

En la acera de enfrente, también en Colón, se daba todo lo contrario. Allí vivió durante años Auke Bert Pattis, teniente de la Waffen de las SS, reclamado por las autoridades holandesas por sus sangrientas cazas de judíos. El vecindario lo sabía a ciencia cierta, pero nadie clamaba justicia por aquel anciano que compartía edificio con un pobre chaval cazado por el caballo o con un abogado laboralista que defendía a Cándido y Morala en los años 70 acusados de terrorismo.

Hoy La Argañosa es un barrio del centro. La Plaza de América ya no es la salida hacia Galicia y Valentín Masip es lugar de reunión, de vinos, de colas en la panadería y de coches en doble fila. En San Pablo ya no hay escuela, el comunismo es una utopia pasada y el nazismo un mal recuerdo.