En el artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA del pasado domingo, 7 de diciembre, «Aranda contra Franco, claves de un olvido», escrito por don Javier Rodríguez Muñoz, se cita el libro de don Adolfo Fernández Pérez, «La verdad del comandante Caballero. Los comienzos de la Guerra Civil en Asturias», en el que se propone la actuación de Gerardo Caballero como decisiva y, en cierta forma rompedora, de la circunspección que aparentaba Aranda en pronunciarse a favor de la rebelión. También muestra al comandante de los guardias de Asalto, como elemento clave en el éxito del Alzamiento en Oviedo, cuando en realidad, aunque esta idea haya sido mantenida durante años por la Historia oficial de los vencedores, lo que ejecutó Caballero fue una parte mínima del vasto plan proyectado por Aranda y su Plana mayor para conseguir que Oviedo formase parte del después llamado «Bando Nacional».

La hipótesis sostenida en el libro de don Adolfo, basada en el descubrimiento de un documento sumamente sospechoso, aparecido sin firma en un viejo mueble en un comercio de antigüedades, puede ocasionar a error si se acepta como cierta: Aranda quedaría como actor secundario, además de dudoso en su adhesión al movimiento militar que dirigía el general Mola, mientras que Caballero sería el artífice principal del Alzamiento en Oviedo por su acto de ocupar para los alzados el Cuartel de Santa Clara, obligando al coronel a dar el paso decisivo a favor del Movimiento. La realidad de lo sucedido fue precisamente lo contrario.

El documento que dio lugar al libro «La verdad del comandante Caballero» parece quedar refutado como válido si se lee el artículo publicado en el mismo diario y en la misma fecha, en la página 48, en el que doña Carmen Fernández Ochoa, catedrática de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, donde se refiere al hallazgo de las inscripciones y epígrafes paleocristianos y euskéricos de Iruña-Veleia, datados inicialmente entre los siglos III y V. En su escrito, dice la experta: «se armó un lío tremendo por el hallazgo de grafitos que no tenía sentido que apareciesen allí». Y añade: «En arqueología, cuando encuentras una cosa que no puedes explicar, tienes que preguntarte porqué está allí, y hasta que lo averigües debe estar bajo sospecha. El problema es que, en el caso de estos hallazgos, se comunicaron enseguida a la opinión pública, sin el necesario estudio».

Salvando la distancia que pueda existir entre un documento y un grafito, los principios de duda son los mismos. Además, hay documentos fiables que recogen lo que sucedió en Oviedo en aquellos aciagos días de julio de 1936 que indican con claridad que Aranda estaba en la trama alcista dirigida por el general Mola, sin mantener ni remotamente la actitud circunspecta que se da a entender. El coronel y su Plana mayor habían realizado durante meses un meticuloso plan preparando un dispositivo bélico para defender Oviedo, concentrando la Guardia civil en la capital, organizando las tropas, dispuestas en lugares estratégicos con ametralladoras que con su fuego cruzado tanto éxito habría de tener para los rebeldes. Ni que decir tiene que hasta empleó profusamente la dinamita -de la que en previsión había ordenado Aranda hacer un generoso acopio previo-, único medio defensivo disponible en octubre de 1936, cuando se habían agotado las municiones reglamentarias.

La historia nos dice que el Movimiento comenzó de forma accidental el día 17 de julio en Melilla, aunque por razones políticas del Nuevo Régimen se fijase el día 18, cuando Franco se adhirió formalmente a la rebelión. Pero realmente la orden de sumarse a la sublevación fue comunicada por Mola el 19 de julio a las Capitanías generales, incluido el Gobierno militar Autónomo de Asturias; aviso que coincidió con el telegrama del Gobierno mandando al comandante militar de la plaza de entregar armas a los miembros del Frente Popular.

Aquel atardecer del 19 de julio de 1936, estos dos telegramas, junto con la noticia comunicada a Aranda de tener a la Guardia civil ya concentrada en Oviedo, fue lo que decidió al coronel a evadirse de la tibia retención que sufre en el Gobierno civil y trasladarse al cuartel del Milán donde inicia el Movimiento «en defensa de la Patria y la República». Ordena él "arresto" de Caballero al que manda ocupar el cuartel de Santa Clara para los alzados, uno de los elementos del olan previsto para conseguir ganar a Oviedo para la causa alzista.

Al día siguiente, con la consiguiente parafernalia, una compañía del Regimiento del Milán, acompañada de banda de música, cornetas y tambores, desfiló desde el cuartel hasta la plaza de la República (aunque siempre fue Escandalera) para leer el bando que proclamaba el Estado de Guerra.

La adhesión de Aranda al Movimiento puede fecharse documentalmente ya en el mes de mayo de 1936, sin descartar que hubiese antecedentes más remotos. En un documento conservado en el archivo de la familia de Aranda, firmado y rubricado por el general, explica que en el mes de mayo de 1936, previa autorización de superior jerárquico, el general Masquelet, tuvo una entrevista oficial con Azaña, «para preguntarle qué medidas se iban a adoptar (por el Gobierno) para cortar los crímenes en aumento y contener el caos existente». La pregunta del militar -un tanto impertinente- tuvo «la promesa tibia de no dejarse desbordar el Gobierno». Fue suficiente para lo que deseaba Aranda; a su vuelta a Asturias reunió a la oficialidad militar en un acto informativo celebrado en Gijón, «exigiendo a todos la mayor disciplina, mientras el Gobierno se mantuviese dentro de la Ley», cerrando la disertación con un ilustrativo «y rogando tuvieran confianza en él para elegir el momento decisivo". ¿A qué momento decisivo se refería el coronel?

Hay poner las cosas en su sitio. Aranda fue el cauteloso artífice que preparó el Alzamiento de Oviedo. Lo hizo con tanta cautela, tanto protegió su plan, que unos y otros -incluidos sus futuros compañeros de rebelión- llegaron a dudar de su adhesión a la causa. El Comandante Caballero, que no tuvo mando militar alguno durante el cerco de Oviedo, fue un apéndice del plan general. Lo que haya escrito en 1943 -si es que realmente es obra del propio Gerardo-, acentuando la caída en desgracia política del ya general Aranda, no tiene derecho a tergiversar lo sucedido el 19 de julio de 1936 que, sin entrar en otras cuestiones de carácter político, por ser parte de la historia de Oviedo, no puede ser falseada.