J. N.

-El palacete de Concha Heres fue quizá su mejor pieza.

-Fue en 1978. Me llamó un emisario de Masaveu, quería hablar conmigo. Yo tenía la oficina en la calle 19 de julio, encima del Tropical. ¿Esta chica es de confianza?, preguntó señalando a mi secretaria. Era un jueves y dijo que el sábado, dos días después, les daban la licencia de derribo. Así que el lunes a primera hora, procedimos.

-¿Costó mucho?

-Me preguntó cuánto costaría. Le dije que el beneficio industrial era del 17 por ciento. Pongan ustedes la cantidad que consideren. Pero Roma no paga traidores, me dieron sólo 250.000 pesetas por el derribo. Ahora no lo haría por menos de dos millones. Sólo había que salvar un espejo con marco de pan de oro. Precioso, estaba a la entrada y ahora en Cimadevilla, en el edificio de los Masaveu. El domingo encontré al periodista Carlos Rodríguez y le dije que al día siguiente iba a tirar Concha Heres. Hombre, no me da tiempo a informar. Por eso te lo digo, repliqué. Y a las seis de la mañana avisé a Emilio Tamargo: «Estoy derribando Concha Heres». Empezó a decirlo por la radio pero ya habíamos tirado una gárgola. Fue cuando aparecieron Masip y otros a manifestarse. Los zócalos de la entrada, de caoba, y los capiteles los regalé y están en la joyería Nicol's, en Gil de Jaz. Un señor me daba medio millón por la escalera pero no pudo ser porque el derribo se paralizó.

-¿Se paralizó por la intervención de Masip?

-Qué va. No era nada todavía, entonces estaba con los saharauis.