Llegó a las farmacias de Oviedo la pastilla que multiplicará por cuatro el tiempo que tardamos en llegar al clímax. «¿Ya te has ido? Pues no me he enterado de la fiesta», decía ella, decepcionada y a medio desvestir. «Haber estado atenta», respondía el eyaculador precoz. Priligy garantiza que nuestra pareja asista al acto de cuerpo presente y, en el peor de los casos, otorga cuatro minutos en los que podamos suplir la falta de fraternidad y solidaridad y el déficit de pensamiento fuerte, para que «el hacer siga al ser» y ella se abra a lo absoluto. Esta pastilla nos augura un claro giro antropológico. Aquel extasiado «¡Dios mío! ¡Dios mío!», oración cuasi pagana, haiku venido a menos, puede dar paso a un humanismo verdadero: «¡Ay, Pepe, así no se puede hacer!; ¡ay, Pepe, así no se puede!; ¡ay, Pepe, así no sé!; ¡ay, Pepe, así no!; ¡ay, Pepe, así!; ¡ay, Pepe!; ¡ay!».