Iba a hablar de nuestros sabores protegidos: afuega'l pitu, Beyos, Gamonéu, Cabrales y Casín; chosco de Tineo, escanda, fabada, sidra, ternera y bombones de Peñalba, pero me referiré a lo contrario, a lo obeso, participio del latín «obedere»: roer, comer demasiado. Engordamos por desmedidos y no por especial retención de líquidos, o un metabolismo canalla; a veces, comemos del plato del otro, para que no compute en el nuestro; pero el cuerpo lo sufre. Chesterton lo llevaba con humor: «Cedo el asiento en el tranvía y lo ocupan tres damas». Pero la gordura es penosa; un gordo afrentado desafió a duelo al que lo insultó y, en el campo del honor, protestó porque era injusto que ambos se dispararan a la misma distancia. Dicen que aprisionada en toda persona gruesa una delgada emite desesperadas señales para que se le permita escapar, sin darse cuenta de que es libre, libre para no comer.