Directora de orquesta

Pablo GALLEGO

Por su juventud, en los pasillos del teatro alguien podría confundirla con uno de los músicos de la Joven Orquesta Oviedo Filarmonía. Pero el sitio de Virginia Martínez (Molina de Segura, Murcia, 1979) está en el podio. Desde allí, y con una batuta blanca con el mango de corcho desgastado por el uso, capitaneará el apartado musical de la zarzuela de Sorozábal «La del manojo de rosas», organizada por el Ayuntamiento de Oviedo con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA. Desde pasado mañana y hasta el próximo 14 de agosto, su música llenará de aires castizos el escenario y las butacas del Campoamor.

-En el foso estará al frente de una orquesta de jóvenes.

-Soy titular de la Orquesta de Jóvenes de la Región de Murcia, y me encanta trabajar con ellos. Es otra historia diferente, y ahora mismo el trabajo de mi vida. Tienen sus carencias, pero lo compensan con la ilusión y la energía que te transmiten.

-¿Qué necesitan los músicos jóvenes ahora mismo?

-Motivación. Trabajo. Y sobre todo, muchas más oportunidades. Hay una gran falta de confianza en la juventud. Al joven se le recrimina no tener experiencia, pero si seguimos así toda la vida nunca la va a tener. Hay que empezar por algo. Que alguien diga «venga, vamos a apostar por una promesa».

-Dicen que las nuevas generaciones han perdido la cultura del esfuerzo. ¿La educación musical es un reducto del trabajo diario para lograr objetivos?

-Sí. En esta profesión nunca se termina de estudiar, nunca sabes lo suficiente. Igual que un médico. El esfuerzo y la constancia son aspectos clave.

-¿Ser músico marca a la persona de una forma especial?

-Desde luego. Estoy convencida de que si todos los habitantes del planeta estudiasen música, la vida iría muchísimo mejor. No puedo imaginar que alguien sea capaz de poner una bomba después de escuchar la «Novena» de Beethoven. La música nos hace mejores personas.

-¿Siempre tuvo claro que quería dedicarse a la música?

-Siempre. Ha cambiado para mejor, pero cuando yo estudiaba la música se consideraba una afición, como el judo o la natación. A mis padres les costaba imaginar que esto fuese una profesión para toda la vida, así que hice la selectividad y fui admitida en Medicina, pero no llegué a hacer la matrícula. Desde pequeña tuve claro que quería tener una batuta en mis manos, mandar. Y lo que uno puede decir con las manos sin necesidad de la palabra es algo mágico.

-En pleno siglo XXI para muchos sigue siendo noticia ver a una mujer al frente de una orquesta.

-Eso es lo malo, pero intento no pensar en ello. Siempre digo que la igualdad real llegará el día en que no haya que celebrar el Día de la Mujer Trabajadora. A veces nos vamos al lado contrario.

-¿Alguna zancadilla?

-He tenido un par de «anécdotas», es indiscutible que por tradición ha sido una profesión masculina. Pero siempre me he sentido muy valorada por mis profesores, a veces incluso mimada. Los problemas han venido más por ser joven que por ser mujer.

-¿Siente que ha tenido que sacrificar algunos aspectos de su vida personal para sacar adelante su vocación?

-Por supuesto. He tenido que sacrificar muchas cosas. Muchísimas. Con 20 años me fui a Viena. Dejé atrás familia, amigos, novio, casa, todo. Me fui a otro país a buscarme la vida yo sola. Pero al mismo tiempo he disfrutado mi niñez y juventud como los demás. He salido, me he divertido. Las horas de estudio no fueron un sacrificio. Pero no es fácil vivir de hotel en hotel y de avión en avión.

-¿Qué le enseñaron sus años de estudio en Viena?

-Todo. A nivel profesional mis dos pilares fueron mi profesora de piano en Murcia, Pilar Valero, y mis dos maestros en Viena, Reinhard Schwarz y Georg Mark. Y a nivel personal me hizo espabilar.

-En España la Educación Musical cada vez tiene menos peso en el currículo académico. ¿Esa dinámica debería cambiar?

-Inculcar la música desde la infancia es un punto clave. No sólo para formarse como músico, sino también como persona. Es una inversión a largo plazo y poco rentable desde el punto de vista político. El éxito de la cultura centroeuropea radica en eso. Hay clases de música para mujeres embarazadas, para niños de pocos meses, y la inmensa mayoría de la gente mayor sabe leer una partitura. Igual que casi cualquier persona en Viena habla inglés.

-¿Su experiencia coral le ayuda a la hora de dirigir cantantes?

-Me ha servido muchísimo. Tanto cantar y dirigir mi coro de Murcia como cantar en el coro de la Filarmónica de Viena. Entre otras cosas porque mi maestro siempre me decía «lo que no puedes cantar no lo puedes dirigir». Y es verdad. La orquesta es un instrumento externo, y tienes que tener la música muy interiorizada, cantada, e incluso bailada, para poder transmitirla con las manos.

-Cuando llega como directora invitada a una orquesta nueva y se encuentra con maestros que le doblan la edad, ¿cómo consigue ganarse su confianza?

-Es difícil. Uno llega ahí, con casi nada de experiencia, a dirigir una sinfonía por primera o segunda vez, y el músico que tienes ya la ha tocado cuarenta o cincuenta veces y se la sabe de memoria. A veces el conflicto llega cuando le pides algo diferente a como la ha tocado siempre o a lo que se llama «tradición». La clave está en el respeto, tanto de su experiencia como de mi posición.

-¿Próximos proyectos?

-Dirigir en Viena a la Orquesta de Gratz y a la Sinfónica del Conservatorio donde yo estudié, y una gira por Estados Unidos con mi orquesta que me apetece muchísimo. Tocar en Nueva York y en Chicago es un gran reto para todos.

-Ya ha dirigido a la Sinfónica del Principado y ahora debuta en el Campoamor.

-Cuando me llaman de Oviedo la respuesta siempre es «sí». El ambiente en la OSPA es muy sano, propicio para disfrutar. Se come de maravilla y lo que aquí se llama «mal tiempo» para mí es precioso.

-¿Qué objetivos se ha marcado en «La del manojo de rosas»?

-Que el aspecto musical funcione al cien por cien. Y transmitir a través de la música lo que la escenografía comunica a través de la vista. El trabajo con Emilio (Sagi) ha sido excepcional. Me he quedado absolutamente impresionada por su nivel de detalle en el trabajo y por el cariño con el que trata a la gente. Eso es lo que le hace grande.

Virginia Martínez

Actual titular de la Orquesta de Jóvenes de Murcia, sus anteriores estancias en Oviedo fueron para dirigir a la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) en las temporadas de 2006 y 2007. La última, dentro del ciclo «Clásica y joven». Ahora, esta murciana (Molina de Segura, 1979) formada entre España y Austria (estudió dirección orquestal en Viena de 1999 a 2003 y obtuvo por sus estudios la calificación de Matrícula de Honor con mención especial) se hace cargo de la dirección musical de «La del manojo de rosas», de Sorozabal, en su debut en el teatro Campoamor. Martínez, que ha estrenado composiciones de música contemporánea y fue asistente de Bertrand de Billy en el Liceo de Barcelona en dos óperas de Wagner, fue nombrada recientemente una de las «Jóvenes talentos europeos», reconocimiento otorgado por el Comité Europeo de las Regiones en Bruselas.

«La música nos hace mejores, no puedo imaginar que alguien ponga una bomba tras escuchar la "Novena" de Beethoven»