Pablo GALLEGO

Fernando, el bebé de 13 meses que se precipitó el jueves desde el tercer piso de un edificio de la calle Cardenal Arce Ochotorena, en San Lázaro, no ha superado el grave trauma causado por la caída. Al cierre de esta edición, el niño permanecía en la uci pediátrica del Hospital Materno Infantil de Oviedo con un diagnóstico de «muerte cerebral» y conectado a un respirador. Los padres del pequeño se enfrentan ahora a la decisión de suspender la ventilación mecánica que mantiene al bebé con vida.

A las siete de la tarde de ayer, los facultativos que atienden al pequeño informaron a los padres, Homero y Lyliana, de nacionalidad ecuatoriana, del estado crítico de su hijo, que no presentaba actividad cerebral. Ambos estuvieron todo el día en una sala de espera próxima a la puerta de la uci pediátrica, acompañados por un buen número de compatriotas que quisieron apoyarles en un momento tan dramático.

La madre del pequeño -que según fuentes de la investigación se encontraba en la cocina de la vivienda en el momento en que el niño, que al parecer gateó y trepó hasta un sofá situado bajo una ventana, cayó al vacío- se aferraba a una manta azul propiedad del pequeño. Mientras, varios parientes consolaban al padre del bebé, que cuando ocurrieron los hechos no se encontraba en la vivienda.

Al conocer la noticia, la madre de Fernando se derrumbó. Entre gritos y con un llanto inconsolable, la joven se refugió en sus familiares, que la llevaron de nuevo a la sala de espera. Un portavoz de la familia fue el encargado de informar al resto del crítico estado en que se encontraba el pequeño.

Pero ninguna de las atenciones fue suficiente para calmar la desesperación de la madre del bebé, que se hacía aún más patente al enjugar sus lágrimas con la manta de su hijo. El padre, cabizbajo, parecía no dar crédito a la noticia. El matrimonio tiene otros dos hijos, de 10 y 7 años, que se encontraban con el pequeño Fernando en el salón de la casa en el momento del accidente.

«Es un golpe muy duro», reconocía el portavoz de la familia mientras, de fondo, se oían los gritos de la madre del pequeño. «Es un niño muy cariñoso, muy gracioso, que se crió sin casi darnos cuenta», apuntaba. Algunos de los familiares y amigos de la pareja abandonaron entonces la sala de espera en la que se encontraban los padres del bebé. Poco después lo hacía el padre del niño, Homero.

Según fuentes hospitalarias, a lo largo de la noche del jueves al viernes, y tras el ingreso en la uci pediátrica a través del servicio de urgencias del Hospital Materno Infantil, el estado del pequeño, considerado en aquel momento crítico y con pronóstico reservado, empeoró. A partir de ese momento, todos los esfuerzos del personal sanitario por salvar la vida del pequeño no fueron suficientes y, tras practicarle todas las pruebas pertinentes, el niño fue diagnosticado de «muerte cerebral». Esta situación implica, según las fuentes médicas consultadas, el «cese completo e irreversible de la actividad del cerebro y del tronco del encéfalo», zona del sistema nervioso central encargada de controlar funciones vitales automáticas como la respiración. Al no conservar estas funciones, y aunque el corazón aún late, «es necesario utilizar un respirador para mantenerle con vida», aclara la misma fuente.