Casi recién llegado de La Coruña, donde tuve la oportunidad de asistir junto a otros aficionados asturianos a un soberbio recital de Leo Nucci y a una notable representación de «I puritani», me encuentro con unas declaraciones en este mismo medio -sábado, 5 de septiembre, página 7- de Philippe Arlaud, responsable de la dirección escénica de la ópera «Ariadne auf Naxos» con la que se inaugura la temporada ovetense. Entre otras lindezas dice este señor: «No negocio con el cantante, si se niega a hacer algo, lo echo». Vemos pues en qué consiste el tan mal utilizado concepto de obra de arte total, referido a la ópera, compendio de varias disciplinas artísticas, y, por tanto, consecuencia de una intensa labor de equipo. El equipo, en este caso, es únicamente el señor Arlaud, por encima de cualquier otro integrante de la producción, incluido el director musical.

El artículo no tiene desperdicio y es una clara muestra de los derroteros por los que discurre hoy la ópera, dominada desgraciadamente por personajes como el señor Arlaud con el consentimiento de muchos responsables de teatros, directores artísticos y presidentes de entes organizativos, el silencio vergonzante también de muchos directores de orquesta, cantantes y músicos y el aplauso cómplice de las personas que ejercen la crítica operística, que en su mayoría no tienen ni de lejos los conocimientos necesarios para ejercer la misma. Sinceramente creo que estas declaraciones deberían tener adecuada respuesta. No la mía, a la postre un simple aficionado como tantos otros, sino la de algún responsable o patrocinador de la temporada al que como mínimo le sorprendan los modos, de un absolutismo total, de este «artista» que ningunea al director musical, ofende a los cantantes y enmienda sin ningún rubor la plana nada menos que a Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal, autores de la música y del texto de Ariadne.

En contraposición es oportuno traer a colación las manifestaciones efectuadas por Leo Nucci tras su «Rigoletto» del pasado mes de junio en el teatro Real, en donde se enfrentó a la responsable escénica de dicha representación, que cambiaba de época (no podía ser de otra manera) la historia escrita por Piave. Al respecto, Nucci afirmaba que en la ópera «la dramaturgia está en la partitura, y cuando uno canta lo que debe hacer es leer lo que escribió el autor». Sobre la actual moda de los directores de escena que quieren ser autores a toda costa, dice: «Es un abuso y una arrogancia apropiarse de la inteligencia de los otros (los autores), y eso es lo que hacen los directores de escena». Acerca de su desencuentro con la directora, que no quería que saliese con joroba y cojeando, tiene «clarísimo» que la dirección que necesita su papel la pautó milimétricamente Verdi hace 158 años. Por eso él se empeña en cantar con joroba: «Rigoletto es un hombre horriblemente deforme y, si eso no se comprende, ni la historia ni la música, que cada vez que él entra marca sus desacompasados pasos, tienen sentido». Nucci concluye: «Los directores de ópera son unos arrogantes y unos abusones». Es obligado precisar que la función en la que intervino Leo Nucci fue un éxito arrollador, con el primer «bis» de la historia reciente del Real (la ya famosa «vendetta»), mientras que el resto de funciones, que fueron unas cuantas, pasaron sin pena ni gloria.