D. ORIHUELA

«Es muy jodido no poder parar de comer». Es la síntesis de lo que le ocurre a una mujer ovetense que desde hace 18 años, «la mitad de mi vida», come de forma compulsiva.

Es una enfermedad, un trastorno alimenticio, relacionado con la anorexia y la bulimia, «aunque nosotros no vomitamos», aclara la mujer, que prefiere no dar su nombre. Junto a otro grupo de compañeros de Comedores Compulsivos Anónimos celebró ayer su jornada de abstinencia, que la organización tiene fechada en todo el mundo el tercer sábado de noviembre, y que consiste en lograr, aunque sólo sea por un día, no comer compulsivamente. También se celebró una charla informativa en la iglesia del Corazón de María, en la plaza de América.

«Es una mezcla extraña, no sabes controlar tus sentimientos ni tus emociones», y se traduce en atracones injustificados. Han probado todas las dietas posibles, todos los tratamientos, pero no logran evitar su compulsión, que en ocasiones, como explica otra de las mujeres que participaron en la charla, «te la provoca un alimento en concreto que hace saltar el clic y te pones a comer». Una mujer que ha adelgazado más de 20 kilos en menos de dos años y que afirma que cuando se admite que se come compulsivamente «ya estás fatal».

El primer paso para dejarlo consiste precisamente en reconocerlo, algo que, según los afectados, «cuesta muchísimo». A partir de ahí hay que trabajar para salir del problema, con tres pilares: el físico, el menos importante, el espiritual y el psicológico.