Tanto vuela el tiempo que ya estamos a punto de arrancar la hoja del calendario que nos lleva al último mes del año, diciembre, tiempo de balance.

Las noticias no faltan, a diario, y en estos días alrededor de Santa Catalina la Universidad toma especial protagonismo.

Antes, en los colegios a los que yo no asistí, a las niñas buenas, aplicadas y piadosas les imponían la banda de honor, una cinta ancha de seda, del color de la orden, comprada en La Más Barata, que ellas llevaban con orgullo. Para los niños había cosas parecidas.

Ahora la Universidad, sin falta de cinta de seda, demuestra que «es una chica excelente, y siempre lo será». Estamos de enhorabuena, por lo que pueda suponer, en este tiempo de cambios anunciados.

Desde aquella Universidad que conocí, en la que todos nos apiñábamos en el patio de San Francisco, alrededor de la estatua de Valdés Salas, que nos miraba adusto, la cosa ha crecido muchísimo y se ha dispersado excesivamente.

Ya es tarde para hacer buena la idea de un campus único y generoso, en el que hubiera cabido todo, incluso los jardines y servicios que no hay. A cambio, y hablando únicamente de Oviedo, tenemos el campus de Milán, que de conventual y cuartelario pasó con ventaja a universitario, ganando todos en el cambio, eje de un barrio crecido que disfruta de la vecindad de docentes y discentes. Una suerte para las Humanidades, que bien la merecen.

En la zona del Cristo crecieron y se multiplicaron otras facultades, como Económicas, Química y Biología, que siguieron los pasos de Medicina, que nació allí, en buena salud, sobre algunos restos de corte romano que cobran ahora nuevo protagonismo con las sorprendente aparición de la fuente de la calle de la Rúa, con la que se ha demostrado que nuestra historia es como un cesto de cerezas.

El campus del Cristo, de Ciencias y más, incluido lo jurídico, no supone la reunión de todos los centros, pues, en diáspora endémica, quedan fuera la Escuela Superior de Ingenieros de Minas, nacida y crecida en Oviedo en su soledad hospiciana de la antigua huerta del Hospicio, en Independencia; los establecimientos que se agrupan en Llamaquique, llamado a ser durante un tiempo campus definitivo, y San Vicente, que después de ser delegación de Hacienda, muy dada a aprovechar edificios históricos y conventuales, como puede verse en Santa Clara, pasó a ser Facultad de Letras y ahora lo es de Psicología. Otra vez el aislamiento y la dispersión.

Por todo lo anterior, bueno será que se agrupen los establecimientos de la institución, lo que dejará libres, en lo mejor de Oviedo, edificios que merecen cuidadoso destino que no tiene por qué ser siempre la voraz piqueta, que muchos de ellos no merecen. San Vicente supongo que, de manera natural, pasará a formar parte del Museo Arqueológico, que esperamos, si fuese posible, sin crestas ni aditamentos, y aprovechando el renglón para volver a reclamar la celda de Feijoo, que, histórica o no, era evocadora y nos gustaba a muchos.

Entre los muchos cambios que se anuncian, en lo formal y en lo conceptual, en la enseñanza, que nos globalizará bajo el faro de Bolonia, desparecerá como tal la Escuela de Magisterio, actual nombre del lo que fue Escuela Normal, a la francesa.

La Normal nació aquí de prestado, como tantas cosas, y tuvo tempranamente edificio propio y adecuado, en plena calle de Uría, lo que da idea de la dignidad de la profesión de maestro. De allí pasaron los estudios, ya convertidos en universitarios, a su emplazamiento actual, en la calle Aniceto Sela, que no es un nombre casual. El antiguo edificio de Uría, como fruto de unos tiempos de desarrollismo depredador, fue derruido para hacer sobre él un vulgar bloque de pisos.

Pues bien, con mucha historia por el medio, que en parte se cuenta ahora en una exposición que merece ser vista en el claustro alto del Edificio Histórico -que no caserón- de San Francisco, llegó la hora.

La Escuela de Magisterio desaparecerá integrándose en la Facultad de Pedagogía, y ocurre que, siendo afines, no son lo mismo. La cosa está encima y están ahora en primero los alumnos de la que será, ya históricamente, la última promoción de maestros de Asturias, descendientes de los miles de maestros y maestras que repartieron el saber, el ser y el estar por tantas tierras asturianas, en parte ya yermas.

Quedará, a cambio, una calle con el nombre de Escuela de Magisterio, que en Prados de la Vega dará testimonio, quizá desmemoriado, de lo aquí hubo a lo largo de 165 años.