Pablo GALLEGO

La genialidad de la música de Haendel, la desnudez de sus personajes -física en algunos momentos y sentimental en todos- y el esplendor vocal de unos cantantes casi en estado de gracia compusieron anoche una brillante velada de ópera. El trabajo dramático del cuerpo de baile fue la guinda de la apuesta barroca de la temporada. El estreno de «Ariodante» en la temporada de ópera de Oviedo sirvió, además, para dignificar ante el Campoamor una de las obras más ambiciosas del compositor alemán.

Sobre un esforzado trabajo de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) -dirigida anoche por Andrea Marcon, titular de la Orquesta Barroca de Venecia y toda una institución en este repertorio- la función que celebró en Oviedo el 250º. aniversario de la muerte de Haendel reunió todos los elementos de un espectáculo barroco. Desde pelucas empolvadas y excesos en el maquillaje hasta corpiños. Sin olvidar armaduras, espadas y un impresionante cuerpo de baile. Pero el «Ariodante» que hasta el próximo domingo ocupará el escenario del Campoamor aporta también otras soluciones a la complicada esencia teatral de las óperas de Haendel.

El director de escena, David Alden, mano a mano con Ian MacNeil -responsable de la escenografía y del vestuario-, no montó un solo escenario dentro del teatro, sino dos. En la trasera de la caja escénica Alden abrió una ventana más allá de la oscuridad que reina en buena parte de la función. En algunos momentos, para dejar entrar la luz de la luna que reina sobre los montes de Escocia. En otros, para dejar ver un teatro dentro del teatro, donde bailarines y cantantes dan rienda suelta a las pasiones que mueven a sus respectivos personajes. Este montaje de «Ariodante» incluyó también escenas de sexo que aderezaron la trama de la obra, y que incluyeron el desnudo casi integral de una de las bailarinas. Lejos de generar rechazo, el público aceptó gustoso la propuesta.

Todo dentro de un montaje en el que cada nota musical tiene un efecto que da forma al cuarto título de la temporada de ópera de Oviedo, ciclo que cuenta con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA

En ambos escenarios se movieron todos los cantantes necesarios para sacar adelante una ópera de la complejidad de «Ariodante». La partitura de Haendel da a todos ellos algún momento para el lucimiento vocal típico de la ópera barroca, y todos cumplieron sus funciones con creces. El reparto vocal de obra lo lideró la mezzosoprano inglesa Alice Coote. Con una vocalidad rotunda y un color muy adecuado para dar vida al caballero que protagoniza la obra, Coote mantuvo una altísima línea de trabajo durante las tres horas de música que componen «Ariodante». Sobre todo, en «Scherza infida» y «Dopo notte», dos de las complejas arias «da cappo» que vertebran toda la obra. Especialmente la primera supuso uno de los momentos más intensos y desgarradores del estreno, refrendado por el público con ovaciones.

Al lado de Ariodante estuvo Gionevra. La soprano argentina Verónica Cangemi, otra debutante de categoría en la ópera de Oviedo, conquistó al público del Campoamor con un personaje de fuerte personalidad y la rapidez de sus agilidades. La Dalinda de Sarah Tynan y el Lurcanio de Paul Nilon compusieron la segunda pareja de la noche, también a un alto nivel vocal, sobre todo la primera, luciendo un papel aparentemente secundario. Sin olvidar al rey de Escocia de Joan Martín-Royo -con una caracterización similar al «Drácula» de Bram Stoker- y al malvado Polinesso de Marina Rodríguez-Cusí, travestida con un abrigo de leopardo y una llamativa peluca pelirroja.

La coreografía de Michael Keegan-Dolan, dirigida en Oviedo por una de las bailarinas del montaje original, Rachel Lopez de la Nieta, puso cuerpo a la música interpretada por la OSPA. Andrea Marcon sacó de la sinfónica asturiana una forma de tocar bastante alejada de los ámbitos en los que la OSPA se mueve de forma habitual, un reto al que la orquesta respondió con intensidad.

Fue una noche, como se escuchó, «de Barroco en vena».