Atender cada día a un público variopinto, exigente, crispado, con frecuencia despistado y enfermo en la mayor parte de los casos es labor que necesita a recepcionistas con paciencia, tolerancia, don de gentes y disposición natural de servicio. Sin duda, lo principal es que nuestros sanitarios sean cualificados, acierten en sus pronósticos y curen en tiempo y forma, y en este sentido no hay queja, al contrario, nuestra medicina raya a gran nivel. En cambio, poco esmero se pone en la formación de las atrincheradas que nos reciben en primera instancia y para quienes nunca llegamos a tiempo; a esas personas, imagen de la Seguridad Social, que deberían darnos la bienvenida con una copa de «Vuelve a la vida» y compadecernos con besos y arrumacos, pero que nos espantan y malogran el trabajo formidable de los técnicos, deberíamos quitarles el mostrador.