Pablo GALLEGO

La muerte de «Simon Boccanegra», entre el mar azul de Génova, cerró ayer la primera de las cuatro funciones con las que la Ópera de Oviedo despide su temporada número sesenta y dos. La vuelta del Verdi más oscuro y político al Campoamor, tras veintiún años de ausencia en Oviedo, sirvió, entre otras cosas, para reconciliar al tenor Giuseppe Gipali con los aficionados asturianos tras el «Ballo in maschera» de la pasada temporada. Y demostró la fuerza del equipo formado por la orquesta «Oviedo Filarmonía» y el Coro de la Ópera de Oviedo.

«Simon Boccanegra» está de moda. El Metropolitan de Nueva York la presentó hace apenas una semana con Plácido Domingo como protagonista, y el Real de Madrid la aguarda para el próximo mes de julio. También con Domingo. El Campoamor esperaba a Carlos Álvarez, pero al final disfrutó con Marco di Felice. El italiano, debutante en el papel, no consiguió hacer que el público olvidase cómo habría sido este «Simon» en la voz del malagueño, pero fue capaz de convencer en su papel de corsario convertido en político y padre amantísimo.

El ciclo lírico que patrocina LA NUEVA ESPAÑA confió la dirección musical de un Verdi en plena madurez a Danielle Callegari. El italiano se puso al frente de «Oviedo Filarmonía» -que esta temporada ya había participado en «Ariadne auf Naxos» y «Tosca»- para descubrir al quinto protagonista del drama, la orquesta que ocupa el foso. La filarmónica ovetense levantó con su música las olas del mar de Génova, y también las intrigas políticas y amorosas -aderezadas por el Coro de la Ópera- que terminan con la reconciliación de Simon Boccanegra con su eterno enemigo Jacopo Fiesco, al que dio vida un muy aplaudido Vitalij Kowaljow. Tras el pacto de Estado, la celebración por la boda de Gabriele Adorno (Giuseppe Gipali) y Amelia Grimaldi-María Boccanegra (Ángeles Blancas). El dúo de amantes lo fue también de contrastes. La potencia escénica y vocal de Blancas, estrella femenina en una ópera que otorga a los hombres todo el protagonismo, contra la justa presencia canora del italiano. Junto a ellos, el despechado Paolo de Pecchioli.

En la escena, paredes azules y el esqueleto de un cubo de madera. Una estructura que avanzó, retrocedió y giró sobre la plataforma del escenario ovetense para convertirse, según el momento, en la casa de los protagonistas o el salón desde el que Boccanegra gobernaba a los genoveses. Una solución escénica -esta vez a cargo de Stefano Vizioli, en una producción de la Ópera de Oviedo adquirida a la Ópera de Santa Fe y que obligó a un pequeño parón durante el primer acto- que, en el Campoamor, ya es casi una tradición. La ópera se despedirá del Campoamor el próximo sábado día 30. Dentro de ocho meses, «L'incoronazione di Popea» espera.