Es incomprensible que en una capital lírica como Oviedo tengan que regalarse entradas así como así para llenar un recital de una de las voces que hoy están en la cumbre del canto. A las puertas del teatro Campoamor a todo el mundo le sobraba el miércoles alguna entrada para escuchar a Inva Mula. Y aun así se echó de menos en la platea a gente no sólo asidua, sino indispensable para la Temporada de la Ópera de Oviedo, entidad que organizó el concierto con el que la soprano albanesa saldó su deuda tras la cancelación en «La Bohème».

Una imagen amarga si tenemos en cuenta que el recital de voz y piano supone una de las muestras más exquisitas del canto, como puede serlo la música de cámara desde el punto de vista instrumental. No puede achacarse como es habitual a la crisis los problemas para llenar el aforo, visto el precio de las entradas. Tampoco a temporales, ni a días festivos, ni a la falta de información. Pero sí que pudo tener que ver el repertorio escogido. Contra los deseos de la afición de ver a la soprano en otras empresas vocales, de primeras el repertorio parecía «flojillo». Sin embargo, el resultado fue grato. Y es que Mula está, pues eso, en la cumbre del canto.

De hecho, la mayor parte del programa se correspondió con las canciones incluidas en el disco «Rêve d'amour» que la soprano grabó en 2007 junto al genial pianista Edelmiro Arnaltes, y que desde entonces ambos han paseado por las salas españolas. A las piezas de Liszt y Fernando Obradors se unieron en el concierto del miércoles las arias más conocidas de «La Bohème» y una selección de canciones populares albanesas. Contando las propinas -Poulenc, Obradors y Édith Piaf-, el repertorio sirvió para mostrar lo versátil de una voz que siempre es un lujo para los oídos.

Mula hizo gala de un instrumento homogéneo y con cuerpo, no por ello sin matices para lograr una interpretación dramática muy interesante y apropiada. Se apoya para ello en el gran dominio técnico de una voz de buena proyección, además de su característico filado y, por otro lado, un bello timbre.

De este modo, los «Tre sonetti di Petrarca» abrieron el programa mostrando lo mejor de la cantante en la línea italiana con que Liszt dotó a estos conocidos sonetos. Cabría destacar del tríptico «I'vidi in terra angelici costumi», de una belleza armónica y melódica potenciada por la cantante. Completaron la selección del compositor alemán las canciones «Oh! Quand je dors», con buena evolución de la curva melódica; «Ich liebe dich» y «Rêve d'amour», en las que predominaron los contrastes de carácter. Con Puccini llegó la parte más esperada del programa. Mula fue una Mimí a la que no le faltó frescura, pero tampoco aplomo, de ricos recursos expresivos y vocales, en frases modeladas con mimo por la soprano.

En la segunda parte del recital se escuchó el folclore estilizado de Albania, con diversidad de ritmos, escalas y caracteres que sirvieron para probar la flexibilidad vocal e interpretativa de la protagonista en otros registros. La misma línea la continuaron las «Canciones populares españolas» con que Fernando Obradors (1897-1945) tituló a su colección de piezas en cuatro volúmenes, en las que recreó temas desde los cancioneros del siglo XV hasta la música escénica del XIX, tal y como recoge Montserrat Bergadá en la «Historia de la Música Catalana, Valenciana y Balear». En estas últimas hay que agradecer además una dicción cuidada por parte de la soprano.

Mención aparte merece Gen Tukiçi. El «pero» de la velada fue la parte del piano, y en mucha mayor medida que el repertorio. Tukiçi fue respetuoso en su labor de acompañante, apoyando la voz y el desarrollo de ésta en las piezas. No obstante, no podría decirse que aportara a la interpretación, teniendo en cuenta para empezar la poca precisión con las partituras de su parte instrumental. Sirva esto para valorar la labor de un buen pianista acompañante, raza que no es fácil de encontrar.

No digamos de las dos piezas de composición propia para piano que interpretó el músico -variaciones sobre un tema albanés y otro español-, totalmente prescindibles y fuera de contexto, contra lo que parecían buscar en el programa. Una pena que un piano como el de Arnaltes no completara el tándem necesario para admirar piezas finas como son las del repertorio liederístico.