Me disgustan los mítines, pero pocas veces el discurso de un político me pareció tan entrañable, tan español, familiar, religioso y bien escrito como el que leyó Zapatero en el desayuno del Hilton, en Washington. Un canto a España y América, a la tolerancia, al pluralismo, a la libertad, a la honra, a la solidaridad, al trabajo y su salario, al conocimiento y contra la ignorancia, a que cada quien persiga su afán sin fanatismo. Lo recorté y colgué en mi panel de corcho, junto a las páginas 240-241 de «El tiempo recobrado», de Proust; el discurso de Faulkner en Estocolmo, el 10 de diciembre de 1950, para aceptar el Nobel de Literatura; la página 99 de «El puente de San Luis Rey», de Thornton Wilder, sobre la perfección; una cita de Voltaire acerca del ingenio y un soneto de mi padre, «¿Qué arma? La palabra». ¡Qué importante es no perder los papeles!