Por fin desembarcaron en Oviedo «Los sobrinos del capitán Grant», en la producción que el teatro de la Zarzuela presentaba en la temporada 2001-2002 en Madrid. La obra de Manuel Fernández Caballero, más que nunca como la comedia lírica que es, se ha programado en tres ocasiones en el coliseo madrileño, y ahora sale rumbo a otras plazas líricas del país. Esta producción, con la escena en manos de Paco Mir, está llamada a convertirse en un clásico. Desde que el teatro de la Zarzuela comenzara sus producciones en 1997, el coliseo ha sido indispensable para la revitalización de un género lírico ahora distinguido por nuevas miras. Oviedo, como segunda capital lírica, ha querido hacer lo propio, aunque con las reservas evidentes, desde la ópera «Marina» hasta la «Antología de la zarzuela asturiana», pasando por aquel programa doble con «Agua, azucarillos y aguardiente» y «La Gran Vía», que en un principio se pensó recuperar para cerrar la presente edición del festival. Sin embargo, esta temporada bajará un mes antes el telón para dejar espacio y recursos para la nueva «Zarzuela del verano», a la que podríamos decir que ya rodea una gran expectación. Expectativas por la inversión en este proyecto que se plantea como una antología. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la zarzuela en Oviedo forma parte de todo un entramado cultural por el que, a través de la música clásica, la ciudad tiene una posición privilegiada. Ésa es la fuerza y la perspectiva, siendo además consecuentes con la necesidad de adecuarse a las dificultades de estos tiempos.

Por el momento, el XVII Festival de Teatro Lírico Español presentó su primer título, «Los sobrinos del capitán Grant», en una adaptación hilarante de Paco Mir, artista polifacético, aunque especialmente conocido por su trabajo en el trío «Tricicle». En la dirección escénica, Mir revisa la zarzuela y la adapta para el público de hoy, acentuando los aspectos cómicos, pero sin llegar a desvirtuar el libreto de Miguel Ramos Carrión, que en este caso es la base de la obra. Es cierto que la zarzuela se recorta y se añaden elementos para actualizar la obra y potenciar esa vis cómica, sin embargo, los propósitos originales permanecen. A partir de la novela de Julio Verne en la que se basa la zarzuela, Ramos Carrión introdujo el elemento local en una verdadera aventura a través de la sucesión de cuadros, que en esta producción no pierden ritmo ni interés. El trabajo dramático se funde con los recursos de la escenografía, de manera que uno acompaña a la peculiar familia en su viaje, a través de soluciones escénicas creativas y flexibles con la firma de Jon Berrondo. Humor y sorpresas en forma de gags que impiden que decaiga el desarrollo y que, además, conectan con el público. Llega a producirse una interacción con la grada, en lo que tienen mucho que ver los personajes. Pocas veces puede verse al público tan implicado, convertido, por ejemplo, en un coro de grumetes, a las órdenes del capitán del «Escocia».

El grupo expedicionario tiene unos personajes muy bien perfilados, en la piel de cada uno de los actores, y todos se complementan los unos con los otros a lo largo de la aventura. El popular Millán Salcedo, como el capitán Mochila -o macuto, o cartera-, tuvo que coger algún «atajo» sobre el escenario debido a su lumbalgia, pero todo en la esfera de la improvisación y como muestra de la capacidad de un actor con letras mayúsculas, que sigue manteniendo un carácter reconocible. Completando el sexteto protagonista estuvieron Mar Abascal, con un punto castizo bien ajustado al personaje de Soledad, y su «adversaria» sobre la escena, Aurora Frías (Miss Ketty), que, junto a Richard Collins-Moore (Sir Clyron), trascendieron los habituales estereotipos extranjeros. También destacó un Xavi Mira con grandes aptitudes para el género, y un genial Fernando Conde, en su papel de científico despistado. El resto del reparto redondeó un estreno brillante, de gran peso dramático, destacando en sus papeles Antonio Torres, Carlos Heredia y Pepín Tre.

En cuanto a la música, ésta apoya la historia, aunque ocupa un papel secundario, de no ser por los números con coro que construyen momentos brillantes, como el «coro de fumadoras», que introduce el mundo chileno del acto segundo, o números cargados de chispa, como el «coro de los soldados». De este modo, la Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo», con un peso muy destacable en la obra, se adaptó de forma camaleónica al esquema de la producción, con un trabajo dramático muy loable. La orquesta, por su parte, se adecuó a las directrices de Luis Remartínez en una partitura en la que destacan los ritmos de danza. En los escasos números que podríamos denominar «para voces solistas», destacó la interpretación del «Dúo de tiples» de Soledad y Ketty, frente a la romanza de Jaime, que pudo sacársele mucho más partido vocal. Y, aunque pase más inadvertida, también hay que mencionar la música que sirve de paso entre las diversas situaciones dramáticas y que sirve, además, para reforzar estas últimas. Todas estas caras de la composición fueron cuidadas por una «Oviedo Filarmonía» dúctil, sugerente y rica en planos sonoros. Por otro lado, aunque parece que es más una obra de escena que de foso, incluso la hechicera maorí dedicó una canción soul a cappella que, más que evocar, quizá descolocó en cierta manera. Sea como fuere, el debate acerca de la actualización de la zarzuela está abierto. De lo que no hay duda es de que estos «Sobrinos» llegan al público del siglo XXI.