Cuando la heroica ciudad de Oviedo se despierte de la siesta (suponiendo que lo de Oviedo sea siesta y no coma) se va a encontrar con una ordenanza cívica de «¡convivencia!» ciudadana que, si bien se ceba con los colectivos sociales más desprotegidos e indefensos, nos afecta a todos, al recortar nuestros derechos ciudadanos. Nunca he sido inmigrante, drogadicto, vendedor callejero, prostituta o mendigo (aunque en estos tiempos inciertos nadie puede estar seguro de cómo acabará mañana); pero sí he sido joven y he vivido en las calles (aún lo hago), donde he jugado a la pelota, he patinado, me he desplazado en bici, he repartido panfletos, he pegado carteles, he intentado hacer juegos malabares (con escaso éxito, por cierto), he comido, he bebido y he hecho cosas hermosísimas que ahora no vienen a cuento. Todas estas cosas van a estar a partir de ahora perseguidas policialmente. No sólo eso; hablamos de una ordenanza municipal que exige la colaboración de todos los ovetenses, que tenemos el «deber» de poner en conocimiento de las autoridades los actos perseguidos.

Cuando la heroica ciudad de Oviedo se decida a salir de su letargo se va a encontrar con un casco antiguo tan limpio de desperdicios, materiales y sociales, que a los turistas les va a parecer un parque temático (¿es éste el objetivo del Ayuntamiento?). ¿Cuánto falta para la instalación de cámaras de vigilancia en el casco antiguo? Por lo que sé y me cuentan, muy poco. Si incido en el Oviedo antiguo no es sólo porque trabaje allí (en la Facultad de Psicología), sino porque nací y viví allí, a la sombra de la Catedral, en la calle Ildefonso Martínez, más conocida como «Salsipuedes», donde vivieron y murieron mis abuelos, y sé de lo que hablo: el desalojo del casco histórico de sus históricos pobladores, que sobran y molestan en un lugar que se ha vuelto muy goloso urbanísticamente.

Tenemos los problemas de las ciudades en las que vivimos. Los problemas de Oviedo, similares a los de otras ciudades, no se resuelven, como muy bien sabemos los psicólogos, ni con represión y castigo ni escondiéndolos debajo de una alfombra alejada del centro. Los problemas de Oviedo no se solucionan ni privatizando los espacios públicos ni convirtiendo los lugares de encuentro en lugares de vigilancia y control ni transformando las calles en pasillos de un gran centro comercial sólo para consumidores.

Por otro lado, criminalizar a los más débiles y vulnerables, convertirlos en chivos expiatorios, echarlos de su único hogar, lejos de nuestra vista y de las cámaras de los turistas, es contrario a la solidaridad que estos tiempos demandan (y que tan a menudo invocamos); solidaridad que exige acercarnos al otro, que es nuestro hermano y del que somos responsables. («¿Dónde está tu hermano?», le dijo Dios a Caín. «¿Acaso soy yo responsable de mi hermano?», respondió éste, inaugurando un egoísmo que nos ha llevado hasta donde nos ha llevado).

Ahora bien, la vida es tan extraña que es posible que la inaceptable ordenanza cívica de convivencia ciudadana sirva para unir y movilizar a individuos y colectivos en su contra, llenando las calles de ciudadanos, impidiendo que mi querida Vetusta siga durmiendo. Aunque también es posible que no hagamos nada, que no suceda nada.