En el programa radiofónico «Camino a las estrellas», que tiene como «plataforma» el XVII Festival de Teatro Lírico Español, la zarzuela, en su género ínfimo, llega al público por ondas que traspasan el umbral del tiempo. Desde el último «estudio» de Radio Nacional de España, inaugurado el martes en el teatro Campoamor, el auditorio de hoy día se retrotrajo hasta la radio del entretenimiento de mediados del siglo pasado. Los concursos y las variedades compartieron micrófono con los sones característicos de la publicidad; es el Château Margaux un vino, ya saben, «di-vino». De modo que el recurso financiero de propiedades celestiales es el leitmotiv que sostiene la primera zarzuelita, en el programa doble que ha diseñado Lluís Pasqual, en su primer acercamiento como director de escena de lírica española.

Pasqual se adentra en dos de las obras del compositor Manuel Fernández Caballero, a quien el festival de zarzuela ovetense ha dedicado sus dos primeros programas. Fernández Caballero fue un autor que supo mantenerse en el cartel de los teatros españoles, con presencia en las diferentes épocas que atravesó el género, desde el refuerzo de la zarzuela grande a mediados del siglo XIX.

Así, la temporada se abría el pasado mes con «Los sobrinos del Capitán Grant», obra con influencias de la opereta francesa y vienesa, por las que se respira la presencia de Los Bufos que Arderíus inició en 1866, importando las representaciones del Theatre des Bouffes Parisiens, fundado por Offenbach. La zarzuela entra entonces, en la década de los setenta, en un proceso de cambio que conlleva la época dorada del género chico. Es a partir de este punto donde situamos las dos obras del programa doble de marzo, el juguete cómico lírico en un acto «Château Margaux», y la zarzuela cómica, en otro acto, «La Viejecita».

El «programa radiofónico» que diseña Pasqual muestra la zarzuela con una utilidad política, en un intento de hacer propaganda en la sociedad e imponer los valores patrióticos e institucionales, en un discurso dominante. Como portavoz de esta realidad histórica, a la que se mira con renovado humor, está el locutor Ricardo Gracián, que interpreta el actor Jesús Castejón, al más puro estilo de las estrellas radiofónicas de la época. De este modo, Castejón, que es siempre un seguro de éxito, hila como nadie las dos tramas. La primera, reescrita totalmente bajo la escaleta del concurso de nuevos talentos de la canción española.

Los protagonistas de «Château Margaux» son ahora los dos concursantes que compiten con las canciones que Angelita, Manuel y José entonan en la zarzuela de Fernández Caballero. Contrasta la personalidad, inserta igualmente en un carácter castizo, de ambos aspirantes. Sonia de Munck, que brilló en lo vocal de entre el reparto, ya desde el famoso vals del vino. Emilio Sánchez, en las «gallegadas» que trajeron los momentos de mayor lucimiento actoral, pero sin perder de vista el aspecto vocal, de manera que destacó aquel capricho cómico que combina el estilo andaluz con el gallego. Pasqual aprovecha así el material cantable de la zarzuela, revistiéndolo con nuevas formas teatrales. La música sigue en el centro de la obra, mientras que con otra lectura dramática se saca partido a la pieza. De hecho, es la música, en la zarzuela, la que da el sentido a las obras y la que las hace perdurar en el tiempo; el mismo que traspasan las ondas de «Camino a las estrellas».

Si bien esto es cierto, habría que cuidar entonces la parte musical y ésta quedó ensombrecida, principalmente por el cambio de posición de la orquesta -en el escenario, y oculta tras un telón en la primera parte-, lo que influyó en la acústica y en el equilibrio de los números vocales, como pudo observarse en el «Coro de la invitación», que ya sumergía a los espectadores -con los soldados en las primeras filas-, en «La Viejecita». Por otro lado, la Orquesta «Oviedo Filarmonía» volvió a demostrar su dominio en este género, dirigida esta vez por Álvaro Albiach, cuya versión cuidó sobre todo los «tempi» en los aires bailables que salpicaron el apartado musical, con especial presencia del ritmo ternario.

En «La Viejecita», el público agradeció el cambio de escenografía que saca partido a la mutación en la zarzuela cómica de Fernández Caballero. El escenario del teatro se convirtió entonces en el salón del Marqués de Aguilar, donde tienen lugar dos «alianzas», la de Inglaterra con España y la de los protagonistas, Carlos y Luisa. El primer caso estuvo representado por la Capilla Polifónica, que se desenvolvió perfectamente ante las exigencias escénicas, en una corte a todo lujo en la que Castejón experimentó también una mutación, como un Don Manuel con una vis cómica muy lograda.

Pero el auténtico protagonista de la segunda parte del programa fue Axier Sánchez, en el papel del soldado travestido, que consigue contra toda artimaña el favor de su suegro. En la interpretación de Sánchez destacó especialmente su lado más histriónico motivado por su transformación en la «viejecita» argentina, la supuesta tía de Fernando, frente a los momentos en los que se descubría como el personaje de Carlos, con una voz irregular. Momentos álgidos, pues, en una producción con puntos débiles, pero en la que el principio teatral es razonable, a través de un programa doble con una propuesta ágil y unificadora.