Al medirse con orquestas como la Gulbenkian o la Tchaikovsky, que escuchamos en la última semana, es para cualquiera inevitable y sano sacar conclusiones. Lo cierto es que la OSPA, que está técnicamente capacitada para sacar adelante casi cualquier repertorio y muy bien posicionada en el panorama nacional -con limitaciones muchas de ellas marcadas por el propio presupuesto-, aspirara a tener una personalidad propia. Si observamos el concierto con un poco de distancia, éste se ha planteado con un esquema que resulta previsible. Como «Jornadas de piano» que son, figura un solista invitado de renombre internacional, aunque no una primera figura, un director nacional muy reputado, aunque tampoco un primer espada, y un programa tan solvente como habitual. A priori pocas sorpresas, y esto puede ser una garantía, pero puede resultar no tan estimulante cuando un evento tiene vocación de extraordinario. El resultado, entonces, garantizado. El «Concierto n.º 2» de Chopin se interpretó dentro de lo que espera de sus intérpretes. La orquesta ha puesto el nivel y Ros Marbá cuidó que todo estuviera en su sitio cuando de compartir se trata, un solista también dirige desde el interior de la obra. Nebolsin ofreció una visión diáfana del concierto, transparente y precisa, en la que sus grandes cualidades musicales dejaron su impronta en una interpretación no íntima, sino más bien extravertida en su muy romántica, en sentido amplio, interpretación, por su fraseo y sonoridad. Ros Marbá estuvo atento al discurso pianístico, evitando desajustes y facilitando la convergencia con un solista que pudo penetrar orgánicamente en la escritura musical y en el lucimiento, ofreciendo de propina un Estudio del op. 25 del mismo Chopin.

La «Tercera» de Brahms es una obra de repertorio, y la OSPA tiene uno importante a sus espaldas. Su interpretación no ofreció desniveles, aunque tampoco sorpresas. Es el director el que debe marcar la diferencia, y creemos que Ros Marbá se quedó a medias. Cuando escuchamos en concierto una obra emblemática, nos impacta la calidad sonora de la agrupación orquestal, la de sus secciones y los momentos en donde despuntan solos y, por otro lado, lo que la interpretación nos dice en relación a versiones que tengamos interiorizadas, referencias en directo -sin ir más lejos la de la Filarmónica de Nueva York en este mismo escenario, o las de la propia OSPA-, y, como no, nuestras versiones de referencia. Aquí nos adentramos en un tupido bosque, pero con pocos árboles de envergadura. La influencia que las grabaciones han tenido en el oyente es enorme, pero parece que han hecho prevalecer tempi, fraseos y dinámicas que encuentran un punto medio en el que algunos intérpretes de atril, directores incluso, y una base amplia de los oyentes se encuentran cómodos. Las lecturas diferenciadas, en ocasiones, resultan temerarias o poco interesantes, las buenas, sólo aptas para los elegidos. Mejor no arriesgar. De ahí lo previsible, que es enemigo de lo genial. Aplíquese al célebre comienzo del tercer movimiento, cuya forma de tocarlo se ha estandarizado, o a la primera frase del «Allegro con brio» inicial de los violines, donde esperamos escuchar milimétricamente audible, entre la sonoridad general, cada nota con pasión -a medias-, etcétera.

El «Andante» fue para el viento madera, lo hicieron maravillosamente bien. El equilibrio de los planos sonoros es también un mundo, en el que intervienen la experiencia y calidad de los instrumentistas, la labor directorial, el equilibrio entre los miembros de cada sección y su relación entre ellas, la disposición de la orquesta, la acústica de la sala?, demasiadas cosas para resumir sin generalizar. Siempre hay diferencias entre los atriles, el principal y el instrumentista menos dotado. En el caso de nuestras dos orquestas profesionales, la línea es menos acusada en la OSPA que en la ovetense, sucede también en la Gulbenkian o la Tchaikovsky. La pregunta es ¿cómo me las maravillaría yo para que los violines o los violonchelos, por ejemplo, suenen en determinados pasajes como en estas últimas? Los solos ha estado a un altísimo nivel, aunque alguno desplazado de sitio -la entrada del tercer grupo temático del «Allegro» final resultó llamativa por la asimetría del ataque, en la que entra con ímpetu el timbal, muy adelantado, en este caso, sobre la verticalidad-. Calidad la previsible y sorpresas pocas. Pero hasta la elegancia es enemiga del arte, que diría Picasso. Entiéndase bien.