Es cierto que vivimos en un mundo de vanas apariencias donde el disfraz y la simulación valen más que la realidad que se esconde bajo trajes a veces no demasiado favorecedores, y que esta sensación de acoplarse a clichés sirve más que lo fundamental cuando hablamos de creación: el talento. Viene esto a cuento de «Ornamento y Delito», banda dotada por los hados de la clase, que no da una imagen de quien supedita el plástico publicitario a un repertorio inexcusable: «Madrid», «Trashorras», «Extrarradio» son de esas canciones que, en la espontaneidad de la movida de hace veinticinco años, les hubieran elevado a unas cotas que nadie con dos oídos de frente negaría. Pero, en este mundo tristemente vendido a la tendencia de moda, importa más disfrutar de la belleza de la batería de los suecos «Lucknow Pact» -que casi nos devolvió al Alfredo Landa que habita en todas las mentes mesetarias- que de la materia prima verdadera. Nada que objetar a un pop por el libro que tan pronto quería ser «A-Ha» como «Raveonettes», pero que no se escapaba de la frontera donde se distingue el talento verdadero del trapo de temporada.