La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) continuó esta semana su programa de conciertos con dos obras sinfónicas que, aunque puedan aparecer unidas por un tema inspirador común, la Tierra, su relación resulta anecdótica si pensamos en la concepción de la idea y el desarrollo de dos obras al fin muy diferentes. Resultan eso sí dos representaciones universales que reflejan dos momentos históricos y musicales totalmente distintos. Max Valdés volvía a ponerse al frente de su orquesta, con una actitud musical especialmente sensible, para sacar lo mejor de la plantilla asturiana.

El viernes, la OSPA presentó en Asturias la última sinfonía de Tomás Marco, uno de los compositores más representativos de la música actual, que asistió al estreno de su obra, siendo ésta bien acogida por el público. En «Gaia», como Marco ha subtitulado su octava sinfonía, se representan las culturas del mundo en una creación sinfónica global, muy acorde con el momento contemporáneo. La OSPA trasladó toda la riqueza rítmica que funciona en la base de una obra dinámica y directa para el público. La riqueza de materiales, que proceden de la tradición popular de las culturas musicales, modela una obra seccional, pero bien aprovechada desde todas las partes de la orquesta. De este modo, la variedad de los mundos musicales se complementa con texturas y sonoridades muy sugerentes. Una obra que invita a un recorrido «terrenal» por el espacio y el tiempo desde la selección y síntesis musical contemporánea.

Sin embargo, en la segunda parte, la representación más metafísica de la Tierra, de la Vida, llegó con Mahler. Como adelantaba el doctor Julio Ogas en su conferencia previa al concierto, «La canción de la Tierra» responde a una búsqueda, la de «la obra musical que representa al mundo». En palabras del musicólogo, esta obra sería una solución artística que se circunscribe en el Modernismo alemán del tiempo que le tocó vivir al compositor. Se trata así de una búsqueda expresiva que la OSPA supo traducir bajo la dirección de su titular. Eficaz en el manejo de las texturas que presenta la página, no desarrolló, sin embargo, los «tempi» con toda la claridad precisa, tal y como pudo escucharse en el lied sinfónico «Von der Schönheit» («La belleza»). Esto, si seguimos dos de las características principales a valorar en la obra, según la acertada disertación de Ogas. Pero sobre todo, «La canción de la Tierra» sirvió para escuchar a una OSPA preciosista en las combinaciones de la instrumentación, desde la labor de los solistas -con una actuación destacada del viento- hasta las sonoridades más espléndidas. En ello participaron dos voces bien escogidas, la del tenor Donald Litaker y la mezzo Ildico Komlosi. El primero, protagonista de los momentos más dramáticos, con la potencia vocal y capacidad expresiva imprescindibles. Mientras que Komlosi, voz consolidada, ofreció los momentos líricos más elevados y casó perfectamente con los instrumentos, en un trabajo interpretativo estremecedor.

La OSPA, tras su homenaje a la «canción del mundo» en Gijón y Oviedo, regresará a los escenarios asturianos la próxima semana, con otras dos citas -esta vez en Avilés y Oviedo-, en las que la formación abordará la segunda sinfonía de Chávez, «Sinfonía india»; «Fire and blood» («Fuego y sangre») para violín y orquesta, de Daugherty, y la «Sinfonía fantástica», de Berlioz. El programa lo dirigirá Carlos Miguel Prieto.