Ch. NEIRA

«Aquí hay un compasito que no acaba de salir, pero después de un rato no voy a molestar más a la orquesta. Es mi trabajo, lo dejo para luego, lo estudio, busco una solución». El director mexicano de origen asturiano Carlos Miguel Prieto afirma que cuando se pone al frente de orquestas del nivel de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) es muy consciente de su trabajo y de su responsabilidad. Parte de un nivel muy alto, va rápido al problema, busca soluciones. Resuelve. Ayer dirigió a la OSPA en Avilés y hoy, a las ocho de la tarde, lo hará en el auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en la misma plaza en la que el miércoles se afanaba en pulir los últimos acentos de «Fire and blood», obra del norteamericano Michael Daugherty.

El programa con el que Carlos Miguel Prieto se encuentra con la OSPA por segunda vez (la otra ocasión en que dirigió a la orquesta fue en 2003) sintetiza de alguna forma los genes musicales y la trayectoria de este director, que en la actualidad alterna la titularidad de sinfónicas mexicanas y norteamericanas con una vida a caballo entre Ciudad de México y Nueva Orleans. La obra de Daugherty enlaza, además, estos dos mundos. Encargo de la Detroit Symphony Orchestra, Daugherty se inspiró en la «Industria de Detroit», cuatro grandes murales que el mexicano Diego Rivera realizó, contratado por la Ford, en el interior del Detroit Institute of Arts. Se trataba de representar la industria local de la ciudad del motor. La composición tiene ese «movimiento industrial» del que Prieto hablaba a los músicos en el ensayo. También les contaba alguna maldad privada detrás del rastro de esos murales, como que el comunista Rivera logró colarle a Ford en la obra el retrato de los «trabajadores oprimidos» por la industria automovilística. Eso lo detalla para aliviar el empeño en que una parte de la orquesta ajuste su tempo al solista, el violinista canadiense Alexandre da Costa. «Lo que quiero es que ustedes no piensen en trigonometría porque él no lo está pensando así», les insiste Prieto para tratar de que los compases irregulares de Daugherty marchen al tiempo y el motor funcione.

Un día antes del estreno de ayer en Avilés, Prieto estaba tranquilo con este «Fire and blood». «Daugherty pide una fuerza y un color oscuro que esta orquesta no tiene problema en dar», se tranquilizaba. Más trabajo prometía la «Sinfonía India» del compositor mexicano Carlos Chávez, una de las obras cimeras del nacionalismo musical mexicano del siglo XX. Aunque en general la música mexicana enlaza directamente con la española, no es éste el caso por tratarse de una obra que pretende inspirarse en un recreado y reinventado indigenismo prehispano. La dificultad de la obra, explicaba Prieto, radica en combinar «de forma muy desequilibrada los acentos y el ritmo, porque aquí la fuerza llega por ritmos muy desiguales».

Composición muy popular en México, los vínculos que establece con el director esta «Sinfonía India» son todavía más fuertes si uno tiene en cuenta que Carlos Chávez era uno de los habituales en las reuniones de la casa familiar de los Prieto, que han formado una larga saga de músicos y empresarios de origen asturiano afincados en México.

También a su familia, y ésa es la tercera pata que redondearía el crisol cultural en el que se formó Carlos Miguel Prieto, se podría vincular la tercera obra seleccionada para este programa, la «Sinfonía Fantástica», op. 14, de Hector Berlioz. La abuela del director, Cécile Jacquet, fue una de las responsables de su educación musical, y le dejó bien marcado en los genes el amor por la música clásica francesa. Berlioz, pues, el romanticismo y esta «Sinfonía Fantástica», tan celebrada en todo programa, funcionan en sus manos como anillo al dedo. Prieto se encuentra cómodo con Berlioz, es el lenguaje que aprendió desde niño, cuando, a los 4 años, empezaba con el violín.

El programa que podrá escucharse hoy en el auditorio Príncipe Felipe, lleno de modernidad, enlaza, así, Europa con México y se catapulta a Estados Unidos.