El anapelo o acónito, planta que seca en otoño, cubierta por las nieves de Peña Ubiña, es de tallo recio y tieso, lampiño salvo en la sumidad, donde se cubre de pelusilla, y de flores azules. Se cría en prados, entre rocas, junto a aguas manantías y al borde de arroyuelos; de ahí el refrán: «Tú, que coges berro, guárdate del anapelo». Guárdate porque produce aconitina, el más tóxico de los alcaloides, letal como el arsénico. Es tan agudo que si uno lo muerde, llaga y corroe súbito las entrañas, salvo que haya otro veneno en ellas; en ese caso, pelean las dos pestilencias y vienen de tal suerte a debilitarse y consumirse en semejante lidia que queda con vida el cuerpo. Algo así sucede con las liebres, cuando se escapan entre la discordia de los rijosos galgos; y lo contrario a los pueblos: nos hundimos mientras algunos políticos luchan entre sí por nuestro bien.