Ch. N.

Ochenta sacerdotes arroparon ayer en la catedral de Oviedo a Rafael Somoano Berzosa en su último tránsito por el templo al que estuvo tantos años vinculado. El mismo cabildo al que pertenecía desde 1961, la Catedral de la que fue deán durante 22 años, hasta 2005, después emérito, celebró su funeral en una tarde fría de lluvia, con el arzobispo, Jesús Sanz Montes, y el obispo auxiliar, Raúl Berzosa, presidiendo la ceremonia.

En los bancos, sus familiares; miembros de la Corporación municipal presididos por el alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo; algunos profesores vinculados a los años docentes de Somoano, representantes de la Universidad como el vicerrector de Profesorado, Julio Antonio González, y una nutrida representación del sacerdocio asturiano.

A las lecturas del Apocalipsis, del Evangelio de Lucas y el de Juan, el arzobispo Jesús Sanz Montes puso una homilía de palabra muy pulida, en la que predominó el tono poético y la conclusión gozosa del reencuentro en la vida eterna.

Sanz Montes comenzó con un dibujo casi costumbrista de la llegada a la Catedral de la noticia del fallecimiento de Rafael Somoano Berdasco. «Ayer lo decían a los vientos las campanas de esta Catedral», empezó el Arzobispo, «con su tañer sobrio y grave que nos avisan de la defunción de un hermano».

El templo de San Salvador fue, por fuerza, una constante en la homilía, como lugar vinculado para siempre a Somoano. «A este lugar, sede de la palabra elegante y clásica de don Rafael en tantos años de predicación», aludió Sanz, «sede también de sus desvelos y entrega en el cabildo como canónigo y como deán, a este lugar volvemos con él en esta tarde».

El Arzobispo también rescató en la homilía su contacto, mínimo, reciente y gozoso, con Rafael Somoano. «Mi primer día laboral como arzobispo de Oviedo», explicó, lo dediqué a los sacerdotes ancianos y enfermos. Fue para mí un regalo inolvidable encontrarme con estos hermanos de larga historia, en cuyas arrugas se escondía una vida lozana de entrega y de amor a Dios, a la Iglesia y los hermanos. Allí estaba don Rafael esperándome en su habitación de la casa sacerdotal. Digno y sabio, me acogió según él siempre fue: gentil y leal, sacerdote de una pieza, que llevaba escrito en su rostro y se adivinaba en su corazón la indomable tenacidad de ser fiel a Jesucristo y a su Iglesia».

Con ese carácter recio Rafael Somoano se despidió ayer de su catedral y acudió, en palabras citadas ayer por el Arzobispo, a ese encuentro que resumía así San Francisco de Asís: «somos lo que somos ante Dios y nada más».