Lo bueno, si breve, dos veces bueno. El «Cuarteto Venus» volvió por segunda vez al calendario de la Sociedad Filarmónica, con un concierto que, a pesar de su corta duración, puede considerarse como uno de los mejores organizados por la entidad ovetense. El «Cuarteto Venus» tiene nombre de mujer. Las cuatro instrumentistas aparecieron ataviadas a conjunto, de negro con un matiz blanco en los trajes, como si se tratase de un motivo que unificara el conjunto o una especie de filamento que estableciera la conexión entre las componentes.

El cuarteto, junto al clarinetista Miguel Ángel Marín, se inclinó por una selección de obras que le fue como anillo al dedo, dadas las características interpretativas de la formación, en calidad de cuarteto o de quinteto. El acuerdo entre las diferentes partes, siempre encontradas en el sentido de la obra musical, favoreció una velada de refinados perfiles musicales, revelando todos los secretos de un arte tan delicado como es el de la música de cámara. Desde luego que ya se espera la vuelta de este grupo, que, según como hace llamarse, parece que se inspira en una diosa de la belleza musical.

Las integrantes del cuarteto abrieron la velada con el «Quartettsatz» inacabado de Schubert. El «Allegro assai» que escribiera el compositor austriaco desveló ya las grandes cualidades de la formación checa. Sin duda, una reflexión común sobre el resultado sonoro precede a un trabajo exquisito, en el que el primer violín de Veronica Panochova condujo la audición con una calidez poco habitual, rica en modulaciones sonoras, como dotado de un inusitado potencial lírico. Junto a ella, Simona Hurnikova, Svetlana Jahodova y Simona Hecova conformaron un sólido conjunto, de gran empaste y cuidada afinación, sensible además a todos los matices sonoros contenidos en cada una de las partes de cada instrumento.

Con estas aptitudes, cabía esperarse un Mozart esmerado en su caudal melódico y viveza rítmica. Y así fue. En el «Quinteto con clarinete en La mayor, K. 581» del compositor salzburgués se unió Miguel Ángel Marín como solista, adaptándose a la perfección las cuerdas y el viento. La calidad del sonido, perlado y bien articulado, fue una constante a través de los movimientos de la obra. Una ejecución transparente, fresca y con esa cándida ternura que atraviesa la obra por momentos. Tras el descanso, las instrumentistas abordaron el «Cuarteto n.º 1 en Mi bemol», de Mendelssohn, ya con otro temperamento. Una interpretación emocionante, en la que los movimientos más comprometidos demostraron de nuevo la capacidad no sólo expresiva, sino técnica de un grupo compenetrado y bien dirigido en su proyecto artístico.