Cien años. Cifra redonda y abultada, según con qué se compare, claro. Porque 100 años pueden ser muchos, o un suspiro. Y 100 años es la edad que cumple el actual templo de San Pedro de los Arcos, que tiene mucho más que contar que lo vivido en este último siglo, que no es poco, y como «el pasado es un prólogo» en palabras de Shakespeare, vamos a remontarnos al antes de 1910. No sabemos a ciencia cierta desde cuándo hay culto al apóstol pescador desde lo alto de este otero, pero consta que en época romano visigótica, en un momento indeterminado entre los siglos V a VIII, el lugar era ya ocupado por una capilla, como así lo afirmaba el profesor José Manuel González y Fernández Vallés: «Al enumerar las huellas romanas de Oviedo se han citado las localizadas en el emplazamiento de San Pedro de los Arcos, llamada anteriormente San Pedro del Otero por hallarse en un otero o altozano. No se sabe exactamente cuando cesó el empleo de las tégulas o tejas romanas planas en las construcciones de la región, por lo que no es forzoso atribuir a las de San Pedro una cronología romana estricta. Y es un hecho frecuente la persistencia del culto religioso en los mismos lugares desde los tiempos más antiguos. Es muy probable que el emplazamiento de la iglesia de San Pedro de los Arcos tenga su más remoto antecedente en un templo cristiano, de la importancia que fuese, erigido en el mismo lugar, en fecha imprecisa de la época visigótica».

Muchas son las citas en las que fundamentar la antigüedad de San Pedro; por ejemplo, en las actas del Concilio I convocado en Oviedo por el rey Alfonso en el año 811, se cita que junto a la iglesia de San Pedro se trabó sangriento combate entre multitud de infieles, advenedizos y falsos cristianos, mandados por Mohamud, y la gente del rey de Asturias Mauregato, quedando la victoria por éste. En el acta de constitución del monasterio ovetense de Santa María de la Vega, el 13 de octubre de 1153, se donan heredades y bienes pertenecientes al «Sancto Petro del Otero». Y el 4 de octubre de 1221, Alfonso IX concede al concejo de Oviedo varias feligresías, entre ellas la de San Pedro del Otero. Y así podemos seguir encontrando referencias varias en los siglos XIII, XIV, XV?

Lejos queda en el tiempo el nombre de Diego de León y Solares, cura de la parroquia en 1740, el primero del que existe constancia y que lo fue hasta 1773, llegando a ser arcipreste de Oviedo en 1765. Remoto nos queda ya también aquel acueducto conocido como de los «Arcos de los Pilares» al que Jovellanos calificara como «obra digna de romanos» en 1790 y que saciara la sed a nuestros conciudadanos del siglo XVI y causante del cambio de apellido del Otero por el de los Arcos. Por aquel entonces, la humilde capilla había dejado sitio a una pequeña iglesia de corte rural con una hermosa espadaña, que sirvió de lugar de culto a los parroquianos hasta 1910, año en el que se inauguró la que hoy nos acoge. Y de esa vieja iglesia, derruida en el verano de 1908, poco se sabe, salvo que estaba construida sobre la planta de la antigua capilla. Algo más pequeña que la actual y construida sobre el mismo montículo, la rodeaban, como en un abrazo, densos negrillos y algunos carbayos que por el verano la protegían del sol y de invierno la libraban de fuertes vientos. Detrás el cementerio, y al fondo, el monte Naranco con abundante vegetación; a la izquierda cuatro casucas de piedra de la Matorra, los Solises y más abajo alguna del barrio de los Pilares, muy cerca de los Arcos, que entonces llegaban hasta la academia Ojanguren (esquina de la actual calle Cervantes con la avenida de Galicia) ofreciendo un espectáculo maravilloso. ¡Lástima que el «verdugo», desoyendo los lamentos de buenos ovetenses, los haya hecho desaparecer casi en su totalidad.

En 1910, en el lugar que ocupaba aquel viejo santuario, fue edificado el que hoy vemos, siendo párroco Manuel Suárez García, nacido en San Claudio, sacerdote excelente y lleno de virtudes, que durante muchos años, amén de otros trabajos, atendió con esmero a la parroquia. En 1918 entregó su alma a Dios y sus restos descansan en la misma iglesia.

Es de admirar la fe de aquellos rudos campesinos que fueron nuestros abuelos. El viejo templo se veía siempre lleno de fieles porque entonces no existían distancias ni compromisos. Buenos conocedores de sus obligaciones, jamás perdían una misa y cuando el eco de las campanas llegaba a los caseríos, ya los labriegos iban camino de la iglesia acortando por atajos la distancia. Los días de fiesta las «viejinas» madrugaban más que de ordinario. Con paso lento emprendían la marcha hacia el templo y antes de que diera comienzo el Santo Sacrificio ya tenían terminados sus rezos. A la salida compraban una «perrina» de avellanas a una «mujerina» que tenía su tienda al pie del negrillo, y se las llevaban a los nietos que, pequeños aún, se quedaban en casa.

Se cuenta una anécdota de la época de construcción de la actual iglesia. A tal fin se constituyó una comisión de notables, entre los que se encontraba Guillermo Estrada; una de las más acaloradas discusiones fue la de establecer el lugar de construcción del nuevo templo, ya que no faltaban voces que aconsejaban hacerlo al «otro lado de las vías, donde reside mayor número de feligreses». Por fortuna, prevaleció la tesis contraria y San Pedro está donde siempre, en su otero milenario.