Pablo GALLEGO

«Fue culpa de los del tiempo, si no hubiesen dicho que llovía habría venido más gente». Con la chaqueta puesta y el paraguas cerca, por si acaso, Rosario Álvarez -autodefinida como «incondicional del bollo preñao»- resumía así por qué ayer, Martes de Campo, el de San Francisco parecía más vacío que otros años. «Ya veréis como no llueve», insistía. Al final llovió, y el tiempo cumplió los pronósticos de la Agencia Estatal de Meteorología. Ayer, sólo los incondicionales del Martes de Campo desafiaron al cielo.

La actividad en el día grande de las fiestas de La Balesquida comenzó a primera hora de la mañana. A las 9 empezaba en el Paseo del Bombé el reparto del bollo preñao -heredero del pan de fisga con torrezno de tocino frito- y el vino. Una hora más tarde, unos pocos se acercaban a la misa en la capilla de La Balesquida. El resto preparaba la fiesta, y a media mañana ya podían verse grupos de jóvenes -con cajas de sidra y bidones de calimocho- camino del parque de Purificación Tomás, epicentro del Martes de Campo para los más jóvenes.

Según avanzaba el día, el cielo se ponía más gris y empezaba a refrescar. Pero los incondicionales seguían al pie del cañón. El Campo de San Francisco fue, sobre todo, territorio de las familias. Allí desplegaron toallas, banderas de Asturias o manteles de cuadros. Como Juan Antonio García y Ana Llaneza, que ocupaban con su hijo Álvaro una de las mesas instaladas en el Paseo del Bombé. «Además del bollo traemos empanada y una tortilla, pero no creo que nos dé tiempo a comerlo todo», afirmaba ella. A la una y media en punto, una descarga de voladores en el estanque del parque anunció que el reparto de La Balesquida finalizaba. Tras la barra quedaban pocos de los 6.800 bollos a repartir por la Cofradía.

El cielo, que a esa hora empezaba a gotear, descargó a media tarde. Para esa hora, la bajada de las temperaturas ya había devuelto a buena parte de los fieles al Campo a su casa. La fiesta continuaba en el Pura Tomás. El único lugar, según la Policía Local y los servicios de emergencia, en el que hubo que intervenir a causa de una pelea.

Este parque, uno de los pulmones verdes de la ciudad, es para las nuevas generaciones de ovetenses lo que para los hoy treintañeros fue la cima del Naranco. Un lugar sin demasiados padres a la vista y donde el Martes de Campo es más para beber que para comer. La música la puso la asociación juvenil «El Refugio», con la segunda edición de sus conciertos «Martes de Campo». En la otra punta, el parque de Invierno ofrecía un escenario más abierto y mucho más tranquilo.

Para los que quisieron seguir la fiesta, la cafeterías que rodean al parque de San Francisco, el corazón del Martes del Campo, sirvieron para resguardarse de la lluvia. Ni la música de las charangas sirvió para elevar la temperatura festiva de un día que comenzó con un tímido sol y terminó desangelado y frío. Contra pronóstico, «los del tiempo» a los que Rosario culpaba del bajón acertaron. Y llovió. Pero los incondicionales del bollo preñao estuvieron ahí para que la fiesta pudiese continuar.