Aúna la rebeldía y la búsqueda de lo espiritual. Maria João Pires no para de explorar su propia revolución intelectual. Cada concierto de la pianista portuguesa es una aventura. En Oviedo, tras tres cancelaciones, se sentó, por fin, ante el teclado en el Auditorio y dejó volar el espíritu de su música por el aire. Desde hace tiempo a ella la envuelve a diario el de Salvador de Bahía. Dejó Portugal y se fue a Brasil. Se llevó la música, pero no la magia. Pires comparte con su compatriota Saramago ese camino de ida y vuelta. Dos glorias lusas enfadadas con el país en el que nacieron. El Nobel de Literatura y la señora del piano se conocieron en Lisboa. El escritor la escuchó tocar en la casa de unos amigos cuando ella era una joven promesa. Se quedó fascinado. Los dos reniegan de la religión.

La pianista ha llegado a decir que las religiones plantean cosas maravillosas y hacen cosas horrorosas. Tampoco quiere que la llamen pianista profesional. En portugués «aficionada» se dice «amadora». Y ella ama la música. Se enamora del piano en cada concierto. Es todo un ejercicio de disciplina. No le gustan los conciertos, sólo el piano, el espíritu de las teclas. La elección de Beethoven para el concierto de Oviedo no es una casualidad. La Pires lo hace desde hace años. Parece como si quisiera escapar de esa estela que la une a Chopin y a los nocturnos. Nadie los ha interpretado como ella. A los alumnos que llegan a la institución pedagógica Centro de Belgais, en Castelo Branco, les pregunta si se emocionan más tocando ante el público o en privado. Maria João Pires es sublime. La señora del piano ha cumplido con Asturias.