Mi abuelo materno, en la posguerra, mientras reconstruía su taller de carpintería y su constructora, pasó estrecheces sin cuento para sacar adelante a su prole, donde mi madre era la benjamina de doce hermanos. Allá por los años cuarenta, como a mi abuelo no le salían las cuentas, dijo: «A quien se vaya a la cama sin cenar le daré un real». Todos decidieron coger el dinero y marcharse a dormir. Y como a la mañana siguiente despertaran hambrientos, se dirigieron a la cocina, donde la madre los esperaba. Ansiosos, pidieron el desayuno y dijo ella: «Hoy, hijos míos, el desayuno cuesta un real». Así, el real que la noche anterior había dado el abuelo Emilio a cada uno de los hijos, volvió por la mañana a la faltriquera de su esposa, María. Es lo que pretende nuestro Gobierno, ¡ay!, pero esa economía sólo funciona si nos quedamos varios años sin cenar.