Aroa FERNÁNDEZ

El patio del edificio histórico de la Universidad de Oviedo ha visto pasar a lo largo de sus ya cumplidos cuatro siglos miles de universitarios. Pero ayer, los que paseaban entre sus arcos todavía no habían llegado a esa etapa en sus estudios. Eran los alumnos del nuevo Campus Científico de Verano. Jóvenes que no cabe duda que alcanzaran la etapa universitaria sin ningún problema. Sus expedientes brillantes y numerosos premios a la excelencia, les llevarán al camino del éxito. Todos cuentan con 17 años y 1.º de Bachillerato finalizado. Durante los próximos quince días aplicarán sus conocimientos teóricos a la práctica con proyectos de investigación en laboratorios, o mediante trabajos de campo.

Los 25 alumnos, de diferentes provincias españolas y con una gran representación de andaluces, afrontan este reto con ganas e ilusión y muchos vienen con la intención de regresar a sus casas con su vocación más clara. Aunque ya han elegido la rama de estudios que desean tomar, todavía tienen muchas dudas sobre su futuro. Sólo uno de ellos estudia el bachillerato científico-técnico, los demás prefieren las ciencias puras. Por eso, el tema de la primera actividad que estaba preparada entroncó perfectamente con sus inquietudes. Era la conferencia «Las expediciones científicas del siglo XXI: las islas de Kerleguen», ofrecida por la profesora Eva García Vázquez quien, tras enseñarles y divertirles con sus aventuras por la Antártida, les animó a continuar sus estudios eligiendo lo más que les gustara, sin pensar en si sería una labor bien remunerada o el camino más fácil. «Seguid vuestra pasión, porque siempre hay alguna forma de hacer lo que cada uno quiere, aunque os parezca imposible», aconsejaba García, bióloga, investigadora y catedrática de la Universidad de Oviedo. Un comentario que dio pie para que los alumnos se interesasen por la experiencia personal de la profesora. La exposición les había quedado clara, pero lo que los alumnos querían era intercambiar vivencias cotidianas, quizás con la idea de ser ellos el día de mañana los que se embarcaran en una expedición por el continente Antártico.

Tras unos momentos de descanso y charla, recorrieron el Edificio Histórico de la Universidad con la misma ilusión y ganas por aprender que habían mostrado horas antes. A pesar de que el arte y la historia no son sus especialidades, todo lo que sea descubrir nuevos conocimientos les motiva.

Pedro López, uno de los alumnos, no paraba de sacar fotos. La razón es que estaba maravillado con la estructura del edificio. «Me encanta la arquitectura, sobre todo la biblioteca, que es impresionante, como en las películas», recordaba López. Otros preferían escuchar la explicación de la guía, mientras les explicaba que en el lugar se conservan cuarenta y tres incunables, algo que dejó impresionados a los visitantes.

Las diferentes salas del edificio les dejaron maravillados por su majestuosidad. A Guillermo Mourenza lo que más le llamó la atención fue el Paraninfo, «es una sala muy vistosa», puntualizaba Mourenza. Pero para ellos todo aquello no era nuevo, enseguida reconocieron el retrato de Feijoo expuesto en el Aula Magna. «¿Cómo no lo vamos a reconocer? Tuvimos que estudiarlo este año», comentaban entre risas.

La jornada matutina finalizó en la muestra «Arte fósil», que ocupa las salas de este edificio estos días. La exposición recoge grandes réplicas que contienen restos fósiles. La exclamación «cómo mola» fue inevitable.