El estreno el pasado viernes de la nueva antología «¡Viva la zarzuela!» tuvo una respuesta espontánea y espléndida por parte del público, en una medida que no se ha visto igualada durante la temporada del Festival de Teatro Lírico Español. Es a través de este ciclo por el que llega a Oviedo durante el curso lo mejorcito que se produce en España en materia de zarzuela, de manera que a lo largo de ya casi veinte años el teatro Campoamor se ha convertido en el segundo centro nacional más importante del género lírico español. Y lo ha conseguido, en gran parte, gracias a un equipo de profesionales dedicados a esta programación. Es, pues, en este contexto en el que podemos hablar sobre la evolución real tanto de los montajes como de la acogida de este género en la ciudad en términos de calidad y con el mayor criterio posible.

El problema es que no puede deslindarse la actividad cultural estival de la realizada durante el curso, porque hay que hacer camino al andar, y no deshacer el camino, que esto último se hace en un «plis-plas». La antología «¡Viva la zarzuela!» adquiría un notable compromiso poco después de que se conociera la noticia de su programación, seguida de la polémica. Sin embargo, un renovado aire de liviandad vino a preparar el estreno de una zarzuela «para el disfrute del público veraniego», como dijo el director de escena Arturo Castro en la presentación. El juego teatral del ensayo general en el que se enmarca el montaje no hizo sino afianzar una pretendida ligereza que, visto lo visto, sirve como justificación de un espectáculo pobre de imaginación y de recursos.

En síntesis, el viaje musical que propone «¡Viva la zarzuela!» parece representar la vuelta a casa del actor asturiano Arturo Fernández, protagonista del apartado teatral. Arturo Fernández es, simplemente, Arturo Fernández. El actor ha hecho de su personaje su vida, y de su vida -como por ejemplo en esta zarzuela-, un personaje. Muchos hablarán de encasillamiento, pero la realidad, «chatina», es que Fernández, como tal, gusta. Sin embargo, como el mismo Fernández señaló durante su actuación, los protagonistas reales fueron los cantantes. Y, más concretamente, la parte musical del espectáculo. Podría decirse que en el caso de los cantantes la antología sí que ha resultado ser un verdadero «compromiso», teniendo en cuenta la selección de los números musicales en un espectáculo de características además tan singulares como tiene una antología de la zarzuela. La producción carece de una directriz dramática y escénica clara, y en el segundo acto resulta especialmente caótica en su diseño. La presencia del elemento asturiano en la zarzuela ya tiene su dechado en la antología «Vamos p'Asturias, vamos pa Oviedo», de 2006, también de factura ovetense. En «¡Viva la zarzuela!», el uso del folclore regional se introduce a calzador para efectismos finales de aplauso fácil, sin otro tipo de justificación.

La gran salud de las voces asturianas quedó de manifiesto en un elenco muy profesional, desde todos sus frentes. Al mismo tiempo, la actuación de la actriz Verónica Gutiérrez demostró los valores asturianos en otras lindes del espectáculo. Genial, como siempre, el tenor Alejandro Roy, ya fuera vestido de torero para el dúo de «El gato montés» con la soprano Beatriz Díaz -uno de los mejores momentos de la antología- como defendiendo otros números tan comprometidos como la romanza de Juan de «La pícara molinera». Además, Beatriz Díaz estuvo estupenda en «La canción del olvido», de Serrano, con su «sketch» previo correspondiente. Como ya pudo comprobarse en su último recital en el auditorio ovetense, en Díaz se advierte una voz lírica en proceso, bien asentada en lo técnico y muy sensible a las cualidades expresivas del canto.

El barítono David Menéndez, espléndido vocalmente en todas sus intervenciones, y Ana Nebot, que lució sus mejores armas en el «vals del vino», de Fernández Caballero, fueron los otros dos nombres asturianos del elenco. Por otro lado, tanto la soprano Amparo Navarro como el barítono Juan Jesús Rodríguez demostraron por qué son dos voces imprescindibles en el género, con actuaciones sobresalientes como en «La canción del sembrador», de Guerrero, la romanza de Sagrario de «La rosa del azafrán» o el dúo más famoso del Felipe y la Mari Pepa de «La Revoltosa».

La Orquesta «Oviedo Filarmonía» respondió con creces al trabajo de dirección de Ramón Tébar, en interpretaciones refinadas, preocupadas por todos los elementos de la partitura orquestal, así como del acompañamiento de los diferentes cantantes. Quizá faltó cierta intensidad expresiva en partes instrumentales y los «tempi» adolecieron de cierta lentitud, pero estos dos últimos aspectos son nimiedades en lo que supuso el conjunto de la producción. En cuanto al coro, la Capilla Polifónica transmitió seguridad vocal y gusto escénico, aunque se le podía haber sacado más partido a lo largo de la antología. El grito es unánime en la intención de avanzar y sobresalir en lo cultural: ¡Viva la zarzuela! Pero que viva con cordura y convencimiento.