Chus NEIRA

El Campo San Francisco sigue siendo una de las joyas de Oviedo, el pulmón del centro y todas esas cosas. Nadie duda de que los cuidados de jardinería se extreman en esta zona de la ciudad, ni de que la renovación de algunos de sus elementos, como el entorno del estanque de los patos, o las zonas de juego de la parte alta donde se han instalado equipos de gimnasia, dan brillo y elevan el nivel del parque. Pero al lado de esos cuidados, el Campo San Francisco se desangra por una herida abierta, precisamente, en el mobiliario urbano de mayor valor que posee, el histórico. Muchos de los elementos del siglo XIX que pueblan en especial el paseo del Bombé llevan años abandonados a su suerte. El vandalismo o la fatalidad se han cebado con ellos y esperan, mustios y seriamente dañados, una reparación urgente.

l Paseo del Bombé. Diseñado en la primera mitad del siglo XIX, y quizá bautizado con un nombre afrancesado en referencia a la Guerra de la Independencia, según apunta Tolivar Faes en «Nombres y cosas de las calles de Oviedo», el Bombé fue inaugurado en 1833 y domina toda la parte alta, de la Fuentona a la Fuente de las Ranas, en el otro extremo. Los restos de la capilla de la Magdalena del Campo, que se encontraba en la Escandalera, y de edificios de la plaza Porlier, se destinaron a la construcción de este paseo, montado con materiales reutilizados de otros puntos de la ciudad.

Aquí es donde se concentra la mayor riqueza histórica en mobiliario urbano y donde son más visibles el abandono y los destrozos. Toda la hilera de leones alados que decora uno de los laterales del paseo, alternándose estas figuras, que rematan largas bancadas, con columnas coronadas por jardineras de piedra, está destrozada.

Faltan varias columnas. No hay prácticamente ninguna jardinera a la que no se le haya roto alguna asa. Falta uno de los leones alados y otros cinco están descabezados.

Al otro lado del paseo, junto al edificio de La Granja, las verjas que en su día fueron de los edificios de Porlier están hoy algo oxidadas, unas pintadas, otras no, sin una restauración esforzada. Algo que, en parte también sufre, a pesar de las manos de pintura con las que se adecenta año tras año, el quiosco de la música, obra de De la Guardia.

l La Fuentona. Se inauguró para celebrar la traída de aguas desde el Naranco. En principio sólo era un surtidor, al que luego se le añadieron los «estanques» dedicados a los lagos de Asturias. Uno de ellos está en la actualidad atascado, y el agua rebosa hasta el punto de que ha ido formando una poza en el terreno y un reguero de agua que cae por todo el Campo.

l La fuente del Caracol. Se inauguró en 1885, a la vez que la de las Ranas. Como denunció varias veces la cronista oficial de Oviedo, Carmen Ruiz-Tilve, arrancarle los cuernos al caracol del Campo se convirtió casi en una tradición similar a la que despoja sistemáticamente de sus gafas a Woody Allen. Pero hace ya años que nadie practica este deporte, porque desde hace tiempo el caracol, como los leones alados del Bombé, yace olvidado, sin que nadie atienda su mínimo mantenimiento y le ponga cuernos.

l La guía botánica. No se trata aquí de un elemento histórico de primera magnitud, pero sí de un recurso didáctico de primer orden que otras generaciones disfrutaron cuando tocaba estudiar algo de botánica. Precisamente una parte del campo, quizás en su origen la huerta del antiguo convento franciscano, formaba un Jardín Botánico que fue cedido a perpetuidad a la Universidad de Oviedo por el Ayuntamiento en 1846. De aquel interés botánico quedan hoy las especies, muy bien conservadas, y el intento, en los años ochenta, de confeccionar una detallada guía con las características de cada ejemplar. Esos carteles están hoy completamente abandonados, la mayor parte cubiertos de grafiti, y la guía general, junto a la caseta de los jardineros, es totalmente ilegible.

l El mosaico de Antonio Suárez. Otra de las joyas del Campo San Francisco, en el extremo opuesto, en el paseo de los Álamos, es el mosaico de Antonio Suárez, obra de primer orden en lo que a intervenciones urbanas del siglo XX se refiere. La instalación ha sido sistemáticamente machacada por las carpas instaladas allí. Tanto que ha obligado recientemente a una minuciosa restauración, pieza por pieza.

El resultado de este recorrido, como lamenta Carmen Ruiz-Tilve, es que se ha perdido una parte del Campo San Francisco que otras generaciones conocieron vivo y coleando, cuando los leones alados del Bombé eran un elemento de juego habitual para los niños ovetenses que veían en ellos una hilera de caballitos. Hoy, nadie mira para ellos y sus cabezas ya no soportan ése ni, en el peor de los casos, ningún otro peso. Han desaparecido.