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Durante los días previos al estreno, los cantantes que integran el reparto de esta ópera no escatimaron en elogios hacia sus compañeros en este ambicioso proyecto lírico. «L'incoronazione di Poppea» exige un reparto equilibrado más allá del protagonismo de la soprano encargada de interpretar a la nueva emperatriz de Roma, y la Ópera de Oviedo lo logró. Además de un Nerón de altura y de un director de escena capaz de hacer brillar la historia, el trabajo vocal y escénico de Elena de la Merced (Drusila), Felipe Bou (Séneca), Silvia Beltrami (Nutrice), o Javier Abreu (Balleto) contribuyó, en gran medida, al positivo resultado final de una obra con la que el Campoamor quiso saldar una deuda histórica con Monteverdi, tras las dos funciones del «Orfeo» en la temporada de 1990, hace ya 20 años.

El contratenor Max Emanuel Cencic mostró a un Nerón violento, belicoso, trastornado por el ardiente amor de Popea. Escucharle en escena contribuyó al embrujo planeado por Weiss, Sagi y Urquiola para conseguir que los asistentes a la función de estreno saliesen, cerca de las doce de la noche, hipnotizados por la historia y los escenarios de Sabina Popea, salvo algún pateo en el anfiteatro. Desde las celosías frente a las que el Otón de Sabata canta un entregado «E pure io torno qui, qual linea al centro», hasta la pasarela de moda sobre la que Puértolas y Cencic interpretaron el dúo «Pur ti miro», clímax de una brillante noche de ópera. Una velada que comenzó con las diosas Fortuna (María José Suárez), Virtud (Olatz Saitúa) y Amor (Marta Ubieta) contemplando el mundo de los hombres desde un Olimpo convertido por Emilio Sagi en spa y casa de masajes. Ayer, el ascenso de Popea al trono del Campoamor, diseñado por Patricia Urquiola, demostró la tesis defendida por Amor: que «la vida no depende ni de la bondad humana ni de la ciega voluntad del azar, sino del impulso irracional de los sentidos».