En los últimos días está dando que hablar en la prensa una cátedra de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo. Lo que se dice sobre el particular, en síntesis, sería como sigue: a partir de un dossier, al parecer repartido por el propio interesado, se habría sabido que el profesor Girón Garrote aspira a una cátedra de Historia Contemporánea que, pese a todo, sigue vacante debido a las maniobras de un supuesto «sector bolchevique» del departamento de Historia. Esta facción, recurriendo a un cúmulo de dislates e incumplimientos legales, apoya a un candidato de «escasos méritos», pero de mayor afinidad ideológica que el anterior con el grupo de izquierdistas, bajo el que planea la sombra del «historiador sectario» David Ruiz. El modo de conducirse estas fuerzas en todo el proceso, en suma, retrataría la pervivencia del clima moral de la Vetusta clariniana.

No resultaría difícil desmontar, punto por punto y con contundencia, esta delirante versión de los hechos, pero tal vez convenga mantener, pese a todo, un tono sosegado cuando se pretende transmitir a la opinión no universitaria lo que sucede dentro de la institución. Lo que menos tiempo debiera consumir aquí sería la acusación de «bolchevismo», de evidente y trasnochado tufillo maccarthista; entrar en ella siquiera sería establecer una correlación directa y estricta entre ideología política y valer académico (o carencia del mismo). El problema es que quienes formulan esta caracterización ideológica pretenden ante todo sugerir la idea de una manipulación sectaria y antidemocrática, que rotundamente tenemos que rechazar. De todos modos, no se han informado bien quienes adjudican ese marchamo al departamento o incluso al área de Historia Contemporánea, donde la pluralidad, como no podía ser de otra manera e incluyendo al profesor Girón, sigue siendo la norma inexcusable. ¿Es que acaso era «bolchevique» la mayoría sustantiva de votos que, en el consejo del departamento de Historia, informó negativamente la dotación de la cátedra a partir de la titularidad de José Girón? Era éste un paso previo a la creación de la plaza y que, de todos modos, fue clamorosamente desoído por el Rectorado, considerando este informe como no vinculante. A mayor abundancia, enfatizar la supuesta influencia del profesor David Ruiz, retirado ya hace algunos años, en todo este proceso, sólo puede responder a malévolas intenciones o -para ser más piadosos- al simple desconocimiento y la ignorancia del tema del que se habla; o bien a la fijación de algunos en viejos rencores y querellas personales que nada tienen que ver con la realidad actual.

El sistema de creación de plazas de promoción de cátedras es asunto, por otra parte, complejo. Arrancar el procedimiento implica que, previo informe del departamento, se dote una plaza a partir de otra preexistente de profesor titular que esté acreditado para ello por la agencia nacional correspondiente. En caso de no poder asumirse, sin embargo, la dotación de todas las plazas que soliciten -dos en este caso-, el criterio que prima a la hora de dotarlas es, sin embargo, el de la antigüedad y no otros como pudiera ser el de la calidad investigadora -para los que existen otros tantos procedimientos administrativos de reconocimiento-. Es de advertir que este primado de la antigüedad no tiene por qué ser un criterio unánimemente seguido por todas las universidades del país -y si lo fuere podría discutirse- y que además, y como es obvio, no tiene por qué ir forzosamente de acuerdo con nociones como las de «calidad» o «excelencia» que, aparentemente al menos, son suscritas por el actual equipo de gobierno de la Universidad.

Es evidente, además, que cuando un proceso administrativo con tantos recovecos sale a la calle, súbitamente se corre el peligro de desfigurarlo. Y no se trata de que se hurte a la opinión pública una cuestión a la que tiene derecho de ser informada, sino de que, más bien, en el calor de una discusión donde se agitan intereses personales se tomen en consideración como méritos para una promoción académica cosas como «haber dado la cara» en el franquismo -como si otros estuviesen escondidos en una alcantarilla- o «no ser bolchevique». Hablamos de otra cosa. De proyectos y contratos de investigación; de artículos en revistas de prestigio reconocido; o de libros de un solo autor y en editoriales de solvencia nacional o internacional. Tal vez haya pesado en el ánimo del departamento, al informar positivamente la transformación de la plaza del otro candidato -el de los «escasos méritos»- que tenga obra publicada en Oxford, Cambridge, París o Nueva York, que sea presencia habitual en las revistas de mayor impacto profesional en el país, y que incluso figure en el consejo de redacción de algunas de ellas; o que haya sido profesor invitado durante meses en universidades como la de la Sorbona; cuestiones todas ellas avaladas en cuatro tramos de investigación por la agencia nacional correspondiente.

De todos modos, y una vez aprobada la promoción desde una plaza anterior de titular, el proceso mediante el que se resuelve su adjudicación todavía requiere algunos pasos más. Ha sido, en concreto, una de sus fases, la elección del tribunal que ha de juzgar la plaza, el punto que ha hecho agitar las aguas periodísticas. Al profesor Girón no le gusta el que se ha propuesto. Es el caso, sin embargo, que el legislador que estableció la norma hizo descansar esta responsabilidad en el peritaje de un departamento al que le corresponden plenamente estas funciones; el departamento de Historia las ha ejercido, a nuestro juicio, de manera justa y razonable. Los criterios u opiniones sobre los candidatos que hayan podido pesar en cada uno de los integrantes de dicho departamento, que tomó la decisión en votación secreta, son responsabilidad de cada uno, y en todo caso reflejan unas valoraciones mayoritarias sobre cada uno de los candidatos que deberían llamar a reflexión.

En todo este asunto, en cualquier caso, y pese a su intrincada factura, es posible también extraer alguna enseñanza de mayor alcance que la que afecta a la promoción personal de tal o cual profesor universitario. Hacer de una frustración profesional individual un problema de trascendencia pública; el que se movilicen los compañeros o amigos para convertir con palabras gruesas y falsedades -«posible prevaricación», «ilegalidad manifiesta»- un ascenso frustrado hasta volverlo nada menos que un caso de purga política; creer que un concurso público ha de adaptarse a la conveniencia de una sola persona..., todo ello sí que desprende un aroma muy del siglo diecinueve. Vetusta, al parecer, está viva. Pero es posible que por razones bien diferentes a las aportadas hasta ahora.

Firman también el escrito los profesores del área de Historia Contemporánea Carmen García García, Octavio Montserrat Zapater, Jorge Muñiz Sánchez, Víctor Rodríguez Infiesta y Rubén Vega García.