Loable iniciativa la de la orquesta italiana que, como consecuencia del terremoto que asoló su región, ofreció su concierto a cambio de lo recaudado en taquilla, incluida la parte proporcional de los abonos. Como conjunto regional, una especie de OSPA a la italiana, es una orquesta reducida -a pesar del pomposo contenido que parece implicar el término «Filarmónica»-, que no aborda el sinfonismo más grande, restando a su presencia una espectacularidad que no siempre es sinónimo de calidad. La orquesta es en parte reflejo del panorama musical italiano -España ha sido una excepción con la proliferación de orquestas de calidad con la generosa aportación de las administraciones públicas estatales, regionales y locales, muy lejos de lo que propugna el ultraconservadurismo americano del Tea Party, que interpreta esto como propio del comunismo, para entendernos-. Pero si tenemos en cuenta que la inmensa mayoría de sus músicos de la formación son italianos, la percepción del asunto cambia, y una orquesta «de provincias» ofrece una calidad más que notable, quizá no sobresaliente para las exigencias de un ciclo como el nuestro, pero con todas las garantías para la música que aborda.

La obertura de «La cambiale di matrimonio» inició un concierto que combinó momentos musicales vivos y animados con otros de profunda evocación. El «Concierto de clarinete en la mayor k. 622» de Mozart se convirtió por derecho propio en el protagonista de la primera parte. Su «Adagio» es uno de los más escuchados, por propios y ajenos, dada su importancia dentro de la banda sonora de la popularísima «Memorias de África». Gracias a ello esta música de Mozart, hasta para quien no reconozca a su autor, es actualmente muy popular y como tal atrae en la misma dosis al gran público y, cómo no, al melómano. La interpretación del clarinete principal de la Orquesta del Teatro y la Filarmónica de la Scala fue todo lo que se espera de un buen solista, eficiencia sobrada que implica dominio técnico, sonoridad perfectamente controlada, con maestría en la proliferación de recursos expresivos propios que se mostraron casi siempre de una dulce delicadeza -lo que en algunos momentos pudo desdibujar algo el fraseo en las partes más ágiles-. El tercer movimiento fue el menos sincronizado, la orquesta no llevaba exactamente la pulsación, más ligera, del solista. La propina produjo la única sorpresa interpretativa -también al salirse del repertorio clásico- con la obra de Piazzolla «Oblivion», de nuevo con el clarinete solista.

«Olvido», también con un punto de «abandono», se nos antoja, sirvió a Fabrizio Meloni para mostrar su dominio también en las atmósferas «jazzísticas» a las que llevó la interpretación de esta bellísima obra. Tocada con bandoneón aumenta el poder emocional de su contenido, ya que este instrumento es el único que inspira a la vez que se expresa. Cuando un sentimiento de dolor profundo nos invade nos produce esa mima intensidad precisamente cuando inspiramos, cuando experimentamos ese pleno y hondo vacío en nuestra capacidad torácica. La versión con bandoneón y violín de Piazzolla creemos que es la referencia.

La «Tercera» de Schubert completó el programa sin más sobresaltos que la propia belleza de la obra a través de una interpretación muy notable, en la que la cuerda mostró lo mejor de sí misma. No entendimos -ni se entiende- la disposición del timbal elevado a un metro pegado a los dos contrabajos, lo que satura el grave hasta hacer desaparecer a los propios contrabajos, ni la alejada posición de las trompas y las trompetas, colocadas éstas en el extremo izquierdo.

La labor directoral fue tan eficaz como discreta. Mejor en esta última obra, en la que se extrajeron los mejores recursos orquestales. De propina final, de nuevo Mozart con una vibrante obertura de «Las bodas de Fígaro». Lo bueno ha sido que la ejecución de obras de repertorio ha sido muy certera. Lo menos bueno es que, precisamente, en obras de repertorio lo que esperamos en una interpretación, además de ser excelente, es que no se quede en lo estándar, por muy correcto que esto sea. O sea, entre lo bueno y lo mejor.