Hace unos días, el embajador de Portugal en España, Álvaro de Mendonça e Moura, visitó Asturias, y dos ovetenses forofos de Portugal -un profesor universitario y yo- tuvimos la suerte de cenar con él y con sus acompañantes, el consejero de Asuntos Comerciales y el cónsul de Portugal en León. Hablamos de muchas cosas que nos unen, el embajador conocía muy bien la ligazón financiera de Portugal con Asturias y otras cuestiones comerciales, y se mostró muy interesado por anécdotas sobre puntos comunes de cultura y costumbres, cómo los hórreos, las gaitas o las lenguas populares -el mirandés y el rionorés son muy cercanos al bable-. Se le notaba satisfecho del acercamiento cultural de su país hacia el nuestro, a través de la Mostra Portuguesa, que se desarrolla en varias ciudades españolas y en la que se encuadra el ciclo «Divas del fado».

El sábado, la diva fue la jovencísima Carminho -Carmo Rebelo de Andrade es su nombre completo-, que hace un fado auténtico, artesanal, de los de siempre y con los mejores elementos castizos: desde su raza -su madre es la conocida fadista Teresa Sequeiro- hasta la voz clara y redonda, la escuela bairrista lisboeta, el corazón poético portugués y el alma fadista, que bien puede expresar: «O fado que nos cantamos / é sina que nos cumplimos» («el fado que cantamos es el destino que nos toca cumplir»). Así se le puede ver en un vídeo promocional de su pagina web, y así la vimos el sábado en el Filarmónica, alegre, confiada y con apariencia de desenfado, pero con el alma de fadista tan alerta como para desatar el entusiasmo de un público que ya viene demostrando la pasión por el fado.

Los músicos que la acompañaban -el guitarrista Luis Guerreiro, André Ramos, con la viola, y Didi Pinto, con el baixo- hicieron sonar fados castiços, como el Carriche, el alegre Pedro Rodrigues (con una preciosa letra de Carminho: «Nunca é o silencio váo»), la «Marcha de Alfama» y otros fados-canção, como «Senhora da Nazaré» u «O Tejo corre no Tejo». La guitarrada, poco convencional sobre unas «Variações» clásicas, fue estremecedora y la combinación de guitarrada y canto del castizo Fado Pechincha nos transportó al cielo musical, para corresponder con largos aplausos y vítores.