Un año más la Fundación CaixaGalicia» brinda la oportunidad de escuchar a la Orquesta Sinfónica de Galicia. La propuesta musical partió con la obertura «Oberon» de Carl Maria von Weber, en la que pudimos apreciar no pocas de las mucha y buenas cualidades que goza la agrupación gallega. Un «Oberon» tranquilo en el tempo, pero rebosante de matices delicadamente bien resueltos, a modo de seña de identidad de las posibilidades más sutiles que son capaces de exhibir. Rallando la perfección en la caricia capaz de traspasar la delgada frontera de la piel, en cuanto a su plasticidad sonora. Lástima el acorde final en el que las maderas, especialmente la flauta, quedaron altas. A partir de ahí todo fue Schumann. Quizás una pequeña sobredosis que convendría haber tenido en cuenta en un concierto no para entregados melómanos, sino para un público heterogéneo y no acostumbrado a asistir a conciertos, como lo demostró al aplaudir después de cada movimiento. A pesar de su popularidad mediana, el «Concierto para violonchelo en la menor op 129» tiene una indudable belleza expresiva y virtuosismo a raudales. Disfrutamos de lo lindo con la interpretación de una Marie-Elisabeth Hecker impecable en todo. Una interpretación absolutamente modélica, carente de cualquier superficialidad o innecesario manierismo. Sobresaliente.

La «Segunda» de Schumann no es la sinfonía más fácil en su acercamiento para un público en su mayoría primerizo. La parte positiva es que es loable cualquier iniciativa que atraiga a una sala de conciertos a cualquier tipo de público, sin distinción, quizás entre los asistentes ganemos un puñado de aficionados, lo cual no es poco. Pero desplazar a una orquesta de estas dimensiones es algo que cuesta mucho dinero y energía, y es triste que no se optimice el esfuerzo. ¿Acaso el director o el programador no son conscientes de la repercusión que puede tener un determinado programa? La «Segunda» de Schumann no tiene el «tirón» que sí tendrían otras muchas opciones sinfónicas.

La Sinfónica de Galicia lució su enorme potencial, especialmente en la cuerda ya que, otro rasgo que restó espectacularidad a la propuesta, es que entre los vientos, los metales tienen un papel muy discreto en la obra. La orquesta gallega tiene ese tamaño que aquí envidiamos, ese «plus» de instrumentistas con los que la orquesta asturiana se desarrollaría en plenitud. Y lo hacen sacando partido a sus recursos y se entregan, aunque quizá con mayor autoridad en la cuerda que en otras secciones. La profesional pero discreta aportación de Mas la compensó un «concertino» de auténtico lujo -también aquí envidiable-, pendiente de todo desde la obertura hasta una sinfonía en la que imprimió carácter. Es una pena que se emplee dinero, privado o público, se haga un esfuerzo cultural con una orquesta de indiscutible calidad y que el resultado no sea redondo en todos los aspectos. No se hace cultura regalando entradas. Quizá si se cobrara por asistir a un concierto de una gran orquesta sinfónica la quinta parte de lo que cuesta una entrada de cine enseñaríamos a valorar lo que tiene un precio, el trabajo de los artistas, y habría menos butacas vacías.